Saturday, April 27, 2019


"Niñez en el arrecife"



Hay una paz de abril en el aire.
Perfuma el humo la estancia con sus mezclas caóticas de ruidos.
Y la ventana,
abierta al espejo de ondas,
sobrevuela con la mirada la risa de los niños
en la plaza.
Vivo
más allá de Punta Brava,
donde conviven miseria y remos,
donde todo se detiene
en un rumor de olas confuso
entre la vida de infancia y el regreso a los bancos  ancianos.
Mientras, camina el ciego,
sigue sus huellas de arena
buscando la horma de su musa perdida.
Y lejos, La Barra fronteriza me vigila
en el abismo de un baño
sin límites.

II

Allí,
el último coletazo de ira
sin yemas de esperanza
me lo aplastó el silencio.
En procesión de megalitos
se fueron los sueños
por la vereda de los abrazos caídos.
Una impotencia de algas
se apoderó de mí
y no supe traicionarla.

III

Pero sobrevoló la gaviota las aguas…
y cantó su verso.
Afrutada, como la carne del vino joven
me pareces.
Postrera, como un suave licor de nueces
que termina.
Cenicienta, como la luz de los ojos
más tristes.
Tomarás el día en su punto.
Tomarás el día en su punto.
Tomarás el día en su punto.


Teresa Iturriaga Osa



En Las Canteras con la escritora Elisa Rueda



Thursday, April 25, 2019



Suspiro de luz

Teresa Iturriaga Osa




Hoy, por alguna misteriosa razón,
el príncipe de la calima se ha subido a la escalera
a ver contigo las estrellas.


Ellas recuerdan claramente
los días en que el mar era feliz
y demoraban la inquietud por las comparsas.
Una vez dentro,
no solían tentar su calma pintada de añil,
que ya habían hecho propia
en sonrisa plateada.
Aprendieron así a ahuyentar
el humo pobre del llanto,
la ortografía del bullicio,
y lograron su maestría
a golpe de sal y cebo,
con un corazón sin rastro.


Cabalgaron el tiempo sobre los años luz
como un suspiro,
dibujando el nuevo contorno,
vaivén y techo del mundo,
una memoria de hojas,
cuando las criaturas conocían
cada brizna del suelo.
Lanzaron sus rayos
y dejaron que instalara allí su casa
esa mariposa nómada
que te llega ahora,
de grandes ojos,
bajo un arco de lunas vestidas de lumbre.

Y, sin embargo,
no había nada que temer.
Cada instante se pertenece a sí mismo.

***