CUENTOS
AFRICANOS
Los niños de cera
Traducido por Teresa Iturriaga Osa
Cerca de las colinas del Matopos vivía una familia cuyos hijos estaban hechos de cera. La madre y el padre eran exactamente iguales que el resto de la tribu, pero por alguna razón, su prole resultó ser de cera. Ahora bien, aquello que en principio fue motivo de gran tristeza para la pareja –¿quién habría puesto tal marca sobre su descendencia?-, se fue convirtiendo en una situación normal a medida que iba creciendo un profundo amor hacia sus hijos.
En
verdad, no les costaba ningún esfuerzo amar a sus pequeños. Otros
podrían estar peleando hasta llegar a olvidar sus deberes, pero los
niños de cera eran siempre responsables y nunca luchaban entre sí.
Además, eran tan buenos trabajadores que un niño de cera era capaz
de realizar el trabajo de dos o más niños corrientes.
El
único problema que daban en el poblado es que no se podía hacer
fuego cerca de ellos. No les quedaba más remedio que trabajar de
noche, porque de día se derretirían por el calor.
De
modo que su padre les construyó una cabaña oscura sin ventanas para
resguardarlos del sol. Durante el día, ningún rayo podía penetrar
en la oscuridad de aquella choza y así los niños de cera estaban a
salvo. Y una vez que el sol se ocultaba, salían de su vivienda y
comenzaban a trabajar, atendiendo los cultivos y vigilando el ganado
de igual forma que lo hacían los otros niños a plena luz.
Uno
de los niños de cera, Ngwabi, siempre imaginaba las cosas que
ocurrían durante el día. “Nosotros nunca sabremos cuál es la
apariencia del mundo”, les decía a sus hermanos y hermanas.
“Cuando salimos de nuestra cabaña, todo está tan oscuro que casi
no se ve nada”.
Sus
hermanos sabían que era muy cierto lo que decía, pero asumían que
nunca podrían saber cómo era el mundo en realidad. Se contentaban
con tener otras cosas que el resto de los niños no tenían. Sabían,
por ejemplo, que los otros niños tenían miedo, mientras que ellos
nunca habían experimentado el dolor, y, por ello, se sentían muy
afortunados.
Sin
embargo, el pobre Ngwabi seguía suspirando por ver el mundo. En sus
sueños, divisaba las colinas en la lejanía y observaba las nubes
que venían cargadas de lluvia. Vio los senderos que conducían hasta
allí a través de la maleza y deseó seguirlos con toda su alma.
Caminar de noche por aquellos caminos era algo que un niño de cera
nunca podría hacer... Era demasiado peligroso.
Pasó
el tiempo y, a medida que crecía, el deseo de Ngwabi de ver el mundo
iba en aumento desde el mismo instante en que el sol hacía su
aparición. Finalmente, su deseo se hizo irrefrenable. El chico no
podía más. Hasta que un día salió corriendo de la cabaña cuando
el sol lucía en lo más alto del cielo y todo brillaba a su
alrededor. Mientras, sus hermanos le chillaban e intentaban agarrarlo
para que no saliera de casa, pero no pudieron detenerlo. Y Ngwabi se
marchó.
***
[Alexander
McCall Smith, “Children Of Wax”, del libro The
Girl Who Married A Lion,
una recopilación de cuentos tradicionales africanos de Zimbabwe y
Botswana. Canongate
Books, Ltd, Edinburgh, 2004, pp. 49-51.]
***
***
Teresa Iturriaga Osa es Doctora en Traducción e Interpretación por la ULPGC. Reside en Gran Canaria desde 1985. Ha trabajado en gestión y periodismo cultural, sociología, radio, poesía, ensayo, relato, traducción. Ha dirigido proyectos literarios con voces de mujeres de distintas culturas. Ha publicado los libros:Mi Playa de las Canteras, Juego astral, Yedra en vuelo, Revuelto de isleñas, Desvelos, Sobre el andén, Gata en tránsito, Campos Elíseos, En la ciudad sin puertas y DeLirium. Ha participado en varias antologías españolas: Orillas Ajenas, Hilvanes, Fricciones, Que suenen las olas, Ecos II, Doble o nada, Espirales Poéticas, Madrid en los Poetas Canarios, París, Mujeres en la Historia I-II-III, Casa de fieras y Pilpil y mojo.
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