<<El curso torcido de una ceiba>>
Meandro verde, asciendes
sorteando
las curvas de
tus cicatrices al borde del mar.
Estás plantado
ahí, en un enroque largo, tan ufano…
y, aunque
mires y remires esa Luna,
no me busques
en ella.
Sabes que mi pie encaja —perfectamente—
en el zapatito
de cristal,
que la corona
me sienta de maravilla.
Y claro que me
gusta tu castillo entre manglares
—¿cómo
no? —, pero no pude y
no podré ir
si no bajas
la guardia del ego herido.
Mis
sentimientos son buenos, cada día rezo por ti.
Lo
haré hasta que te mueras.
Aún más allá del cuerpo,
te
envolveré en mil colores,
isótopos estables con mis
cantos.
¿Qué más debo
decir para escuchar tu voz?
Vidrio perla, poemas.
Teresa Iturriaga Osa
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