Sunday, January 19, 2014


 
<<Leonora, la divina loca>>

Teresa Iturriaga Osa / Relato
 

 
 



<<De repente te ves en el espejo y como que se muestran muchos rostros; sólo tenemos dos ojos, una nariz y una boca, y miles y miles de rostros...>>
 
(Leonora Carrington)


(...)


        Leonora pide como siempre dos tés de manzanilla con polvitos de arroz y cristales de sueño. Deja su piedra en el montículo sagrado, esparce paja y flores a la izquierda, y allí se sienta tranquilamente a sentir la vida al sol. Un ritual de agradecimiento que abre la puerta y espera, espera el milagro.
 
        Siente que comienzan a acercarse los seres mitológicos del vaho. Una gran U rodeada de bruma y acequia entra en escena. Los búhos observan el movimiento de las hadas, por las rendijas se vierten los hocicos de los lirones amigos, bajan los camaleones de sus árboles, altos son los cuellos de las jirafas que ventilan con su aliento la brisa... Son, sí, son la fauna y la flora del espacio alquímico de la niña ardilla.

        De los tejados verdes y azules se desprende una música de jazz, la fantasía ablanda el humo de los coches, hechiza las grúas que se oyen a lo lejos. De entre las mantas del césped húmedo de sus pestañas empiezan a desperezarse los animales microscópicos, en la grava debajo de sus pies los insectos se acicalan sus antenas y patas estilizadas, van subiendo a las carrozas de los escarabajos de la suerte, ignorando el ruido de las moscas. Todo lo inaudible sucede en el laberinto. Los farolillos se encienden a deshora, alguien se olvidó del despertar de la ciudad y malgasta con un chiste de luces el erario público. Nada es grave. Nada es trágico. Nada es un asunto de vida o muerte, qué más da... Un estado de abismamiento le invade el pelo, desenmaraña sus monstruos, abre las madrigueras de los conejos blancos, vuelca sus pupilas hacia el centro de su universo y entra directamente en el palacio de las estatuas parlanchinas. Allí sentada, paladea su umeboshi mientras observa a los caballos del rey, escudriña ese arte que tienen de mover un trocito de piel para espantar a las moscas e intenta imitar su vaivén. Las aves despiertan a sus hijos para bañar sus plumas en la fuente y ella se confunde de cuerpo, su camisa de dormir de franela se lava con un fluido de aguas tropicales. Bello despertar. El placer del vuelo de una lechuza la transporta más allá de la materia, más allá de la tos seca del blanco y negro, a dos mil quinientos años del color sepia.

(...)
 
 
Fragmento del relato
 
(Ediciones Irreverentes, Antología próx. public. 2014)


Foto de la autora
 
 

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