Monday, January 5, 2015


CUENTOS AFRICANOS

“Más grande que el león”


Traducción de Teresa Iturriaga Osa







 

A la liebre no le gustaba el león. Cada día, el león solía rugir mientras merodeaba por la maleza y eso asustaba a todos los animales más pequeños que él, porque tenían miedo de que el león se los fuera a comer. El león rugía incluso en los momentos en que no tenía hambre, como si dijera:

-No existe ningún animal más grande que yo. Todos los animales deberían inclinarse ante mí.

Ciertamente, no existía ningún animal más fuerte que el león, aunque puede que la excepción fuera el elefante. Pero el elefante era una criatura de carácter tímido que no molestaba a nadie y que nunca solía desplazarse por ahí echando rugidos. Además, en el caso de que fuera atacado por un león, no hay duda de que el elefante retrocedería antes que quedarse y luchar contra él.

Al final, la liebre decidió que debía hacer algo para terminar con la constante chulería del león. Pensó y pensó durante varios días hasta que le llegó una idea, justo cuando ya estaba a punto de reconocer que no había nada que hacer. En ese momento, brincó de júbilo como suelen hacerlo las liebres en las primeras horas del día y se dijo a sí misma:

-Ay, león, te vas a arrepentir de tus faroles.

Cuando el león vio que la liebre se dirigía hacia él, éste se incorporó levantándose de sus patas y soltó un rugido tremendo. La liebre sintió que la tierra temblaba bajo ella y, por unos instantes, se planteó si no sería mejor echar a correr hacia su casa. Sin embargo, la liebre fue acercándose al león mientras los rugidos seguían retumbando como truenos en sus oídos.

-¿Pero cómo te atreves a acercarte a mí de esta manera? -gritó el león al ver aproximarse a la liebre- ¿Pero es que no sabes quién soy? ¿No sabes que soy la más poderosa de las bestias?

La liebre se levantó y dirigió estas palabras al león:

-Oh, león, yo sé que eres una bestia con mucho poder y, por eso, te temen todos los animales que habitan en la maleza.

El león parecía estar encantado de escuchar aquellas palabras, así que bajó un poco la voz y le dijo:

-Bien, veo que tú al menos me muestras el respeto que me merezco; pero, dime, ¿qué te ha traído hasta aquí?

La liebre observó al león con mucho cuidado, sabiendo que sus palabras, a continuación, iban a ponerla en peligro.

-He venido a decirte... –prosiguió- que existe una criatura más grande que tú.

Al escuchar estas palabras, el león rugió de nuevo –fue el rugido más grande de todos los que había escuchado la liebre hasta ese momento. Le pareció como si el ruido le hubiera derribado al suelo, así que la liebre se encogió de miedo hasta que el león se quedó sin aliento.

-Entiéndeme... yo no he venido a insultarte –le dijo respetuosamente-, yo sólo quería que lo supieras.

El león se quedó mirando muy fijamente a aquella diminuta criatura que tenía ante él y le dijo:

-Muéstrame a ese animal. Déjame ver quién es.

La liebre respiró aliviada y le respondió:

-Puedo mostrártelo, sí, pero sólo podrás verlo en una casa.

El león, furioso, soltó un rugido amenazador:

-Pues iré a esa casa, ¡llévame allí inmediatamente!

La liebre condujo al león por un sendero hasta la casa que había preparado expresamente para él. Al llegar allí, le señaló la puerta principal por donde debía entrar, diciéndole que después vería a la criatura que era más grande que él.

El león dio un salto decidido en dirección a la casa y, entonces, la liebre lo siguió rápidamente hasta la puerta. Una vez dentro y, al ver que estaba a salvo, la liebre cerró de golpe la puerta de la entrada y se quedó esperando fuera. Al instante, resonó un puñetazo desde el interior de la casa; era el león que aporreaba la puerta al darse cuenta de que lo habían encerrado. Entonces, gritó:

-¿Dónde está esa criatura? ¡Tráemela ya de una vez!

-Tranquilo, la verás pronto. Sólo tienes que esperar –le gritó la liebre desde fuera.

El león volvió a entrar en la habitación trasera de la casa y allí se echó sobre el frío suelo de piedra. Esperó todo el día y toda la noche. A la mañana siguiente, la liebre llegó a la casa y gritó al león desde la puerta:

-¿Ya has visto a la criatura?

Desde el interior de la vivienda, le llegó el sonido del rugido del león. Éste le respondió:

-No, yo soy la única criatura de este lugar.

-Te prometo que vendrá. Tú sólo espera -dijo la liebre.

Un día más tarde, a la misma hora de la mañana, la liebre volvió a la casa y gritó de nuevo al león desde fuera:

-¿Ya ha venido?

Esta vez, el león parecía estar muy enfadado y, con un rugido, le dijo que no, que allí no había ido nadie y que le dejara salir, porque ya estaba más que harto de aquella historia. Pero la liebre no hizo ningún caso de su griterío, al contrario, aquella situación le daba risa. Y le replicó:

-Sólo tienes que esperar, tu visitante llegará a tiempo.

Pasaron unos cuantos días y la liebre no volvió a aparecer, hasta que, finalmente, regresó. Al principio, cuando la liebre llamó al león, no salió ningún sonido del interior de la casa, de manera que la liebre gritó:

-¡León! ¿Estás ahí?

Al cabo de unos minutos, la liebre percibió un sonido que provenía de la habitación del fondo de la casa. Esta vez no se trataba de un gran rugido, más bien se diría que era la voz de un pequeño roedor, un sonido similar al de los habitantes que se resguardan entre las hojas y ramitas de la maleza. Entonces, la liebre abrió la puerta con mucha precaución y entró en la vivienda.

Allí encontró al león que yacía sobre el suelo de la habitación trasera. Tenía la lengua fuera, estaba muerto de sed, y se le marcaban las costillas a ambos lados del cuerpo. Estaba tan débil a causa de los días que había pasado allí sin comer ni beber que se sentía incapaz de levantar la cabeza para mirar a la liebre. Sólo movió sus ojos cuando la liebre se le plantó delante y ésta le habló mirándole a la cara.

-Ya, ya veo que tu visitante ha venido –le dijo la liebre-, por fin ha venido esa criatura que es más grande que tú.

Los ojos del león se abrieron ligeramente.

-Dime quién es él –preguntó a la liebre con un débil hilillo de voz.

Entonces, la liebre se echó a reír y le respondió:

-Es el hambre.


[Alexander McCall Smith, “Greater Than Lion”, del libro The Girl Who Married A Lion, una recopilación de cuentos tradicionales africanos de Zimbabwe y Botswana. Canongate Books, Ltd, Edinburgh, 2004, pp. 145-149. Traducción y fotografía de Teresa Iturriaga Osa]


1 comment:

  1. Gracias Teresa por esta bellísima traducción de una tradición oral plasmada en tan magnífica parábola. Un abrazo y que sigas creando con tanta belleza. Bs.

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