Wednesday, April 8, 2015


¿Vivir sin pastillas?

(ansiolíticos, calmantes, antidepresivos)

Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora










En la película “Crímenes y pecados” de Woody Allen (EEUU 1989), aparece un personaje, el profesor Louis Levy, que tiene la siguiente intervención: “Los acontecimientos ocurren de forma tan imprevisible e injusta que parece que la felicidad humana no se incluyó en el diseño de la creación.” Y es cierto, pero aunque la felicidad no esté en ese diseño, el sujeto hace todo lo posible para alcanzarla. Es el horizonte: mientras más uno se le acerca, al mismo tiempo se aleja. 

Días atrás, una paciente a la que le habían recetado un medicamento similar al Prozac, comentaba a modo de protesta de que, si bien la relajaba, disminuía en ella el deseo sexual. Señalé que recuperar ese deseo, no estaba entre los objetivos que el remedio prometía alcanzar dado que lo importante era que produjese más y mejor, nunca que disfrutara más de la vida. 

La consulta de un médico a otro, no es sin consecuencias, porque el médico, para resguardarse de que el paciente tenga algún problema serio, recurre a la medicalización, que es el modo en el que la medicina moderna se expande y penetra en áreas de la vida cotidiana que no se consideraban médicas. Juan Irigoyen, profesor de Sociología en la Universidad de Granada, nos advierte que se trata de la colonización de espacios de la vida muy vulnerables. Por otra parte, no debemos olvidar que la medicalización estimulada por la alianza médico-industrial, ocupa un lugar privilegiado en el sistema productivo y sus objetivos distan de coincidir con los problemas de salud más relevantes. Un reciente libro de gran difusión los ha calificado como “los inventores de enfermedades”. Inventan problemas para aplicar las soluciones disponibles. 

El sujeto, al comenzar este milenio, ha quedado expuesto a nuevos síntomas, que hoy llamamos stress pero que, a mí parecer, se trata de la neurosis de angustia. Uno de cuyos causales son el sometimiento del sujeto a lograr una imagen corporal y virtual marcada por nuevos cánones de belleza, la dependencia a medicamentos, incluso drogas, para rendir más y a mayor velocidad, y la dependencia a todos aquellos objetos en los que ha quedado capturado y que taponan su pregunta por el ser. Lo más grave es cuando se le sugiere calmar el vacío existencial con las fórmulas mágicas que la ciencia inventa. Sin ir más lejos, el mundo publicitario, le indica al hombre moderno que si no corre no alcanza. Pero ¿qué es lo que el hombre moderno debe alcanzar?

El sujeto, sobrepasado por las obligaciones, muchas veces es capturado por la ansiedad. Vulnerable frente a cualquier hecho, se dirige a la ciencia médica para solucionar el imperioso malestar. Es el momento en que acude al socorro de medicamentos, es decir, de pastillas para vivir mejor, con el explícito aval del médico. 

Cuando un fármaco invade la vida de una persona resulta muy complicado dejar de tomarlo. Se produce un efecto psicológico de adicción bastante fuerte. El sujeto pasará a encontrarse en una situación de total inseguridad cuando deja de tomar el psicofármaco, teniendo de esta manera escasas herramientas de actuación para enfrentarse a los acontecimientos. Como los psicofármacos no tienen la mala fama que puede tener el alcohol, la cocaína, la marihuana u otras drogas, las personas con problemas de dependencia no son conscientes de ello.

Los psicofármacos deberían estar indicados en casos muy precisos, diagnosticados por profesionales idóneos que no repartan generosamente recetas de una forma continua, porque, si lo hacen, se llega a la adicción en la que el consumo de una sustancia determinada se hace imprescindible. Cuando el compuesto del psicofármaco se incorpora en el individuo, el organismo se habitúa rápidamente a la presencia constante de esa sustancia de tal manera que necesita mantener un determinado nivel de la misma para seguir funcionando con normalidad.

S.O.S, “salven nuestras almas”, es la sigla inglesa usada internacionalmente, a través de la cual se formula un pedido de socorro. Se la comenzó a utilizar a principios del siglo XX.
Este grito de auxilio, expresa lo que a muchos les puede suceder en algún momento crucial en la propia vida y es importante que su entorno pueda escucharlo porque, como leemos en el Talmud: “Todos los hombres son responsables el uno por el otro”.


 
El angustiante pedido de socorro, dirigido a familiares y amigos es, a mi parecer, un verdadero motivo como para solicitar una ayuda psicoterapéutica o comenzar un psicoanálisis. Con respecto al momento en que se toma esta decisión, conviene tener presente las palabras de Borges sobre que “modificar el pasado no es modificar un solo hecho. Es anular sus consecuencias, que tienden a ser infinitas”. 


En nuestros tiempos, hombres y mujeres, no sólo piensan en el trabajo y la profesión para lograr un bienestar tanto en lo afectivo como en lo económico. El imperativo de ser feliz, bien podría ser uno de los slogans de la actual sociedad de consumo: consumir como sinónimo de felicidad, consumir como símbolo de placer. 

El sociólogo Zygmunt Bauman, al que suelo acudir en estos temas, instaló la metáfora de la modernidad líquida. Como saben, Bauman distingue dos fases de la modernidad: la modernidad sólida de la Ilustración que se corresponde a la sociedad de los productores, y la modernidad líquida que coincide con la sociedad de los consumidores. En ésta, quiero subrayar que se trata de la volatilidad, no sólo en los afectos, sino de los emprendimientos que se realizan en pos de una vida que termina siendo más expuesta a la mirada del otro y, también a la crítica que se vuelve contra la misma persona.


Nunca mucho, costó poco 


Quise introducir estas cuestiones porque algunas personas, movidas por un Superyo, no sólo exigente sino muchas veces cruel, caen en situaciones de stress y sufrimiento que terminan afectando a todos los que lo rodean.
Últimamente, escuchamos hablar más acerca del trastorno obsesivo compulsivo (T.O.C.), que es la presencia de obsesiones o compulsiones de carácter recurrente, de alguna manera graves como para provocar pérdidas de tiempo significativas, acusando un deterioro en las actividades normales. Las obsesiones son ideas, pensamientos, impulsos o imágenes de carácter persistente, que la persona considera intrusas y que provocan malestar, ansiedad y angustia. Al tener su origen en la infancia, el psicoanálisis apunta a su curación. Los tratamientos psicológicos y psiquiátricos curan en menor proporción porque, al no ir al fondo de la cuestión quiero decir, al no trabajar los aspectos inconscientes e infantiles de la personalidad del paciente, el mismo suele recaer de nuevo.
En lo personal, acuerdo con la definición de J. Lacan respecto del psicoanálisis como síntoma de una sociedad caracterizada por un gran cansancio para vivir. El temor de no poder cumplir, lleva a la gente a psicoanalizarse. “Cuando pasan las cosas, dice Lacan, cosas que ha querido pero que no comprende, el hombre tiene miedo. Al sufrir por no comprender, entra en un estado de pánico: es la neurosis. En la neurosis el cuerpo se enferma por temor a estar enfermo, incluso sin estarlo en la realidad”.


En nuestra vida cotidiana, podemos encontrarnos en encrucijadas sin salida aparente, derivadas de problemas laborales y económicos, exámenes, discusiones con la pareja o familia, aumentos de precios, disminución de sueldos, falta de trabajo, etcétera. Estas ocasionan un gran desgaste a nuestro organismo.
Es factible que cada uno de los factores mencionados, pueda llevar a nuestro cuerpo y a nuestra mente al agotamiento, a "no poder más", aunque no seamos conscientes de ello, y que sea este un motivo importante como para salir de la omnipotencia y pedir auxilio. Me gustaría agregar, que en la trampa de la omnipotencia caen todas las personas, independientemente del sexo y edad.
Si bien la felicidad humana no se incluyó en el diseño de la creación, como dice el personaje de la película de Woody Allen, él mismo también agrega que sólo con nuestra capacidad para amar le damos significado a un universo indiferente porque la mayoría de los seres humanos tienen la aptitud para seguir tratando de hallar alegría en cosas simples: la familia, el trabajo y la esperanza de que las generaciones futuras alcancen una mayor comprensión.


 

Quiero concluir con este pensamiento de Sigmund Freud: 

"La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas."



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