Diario de
viaje / Teresa Iturriaga Osa
BINARIO
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Los minutos crecen como nubes de aire
en remolino sobre la tierra toscana.
Este cielo no puede barrer el polvo del
asfalto, es imposible encontrar en él un resquicio de sombra cuando pienso en
azul y aspiro el salitre de la isla.
¿Cómo educar la vista desde el tren que
ocupa todo con mis besos?
Se precipitan los recuerdos, bailan su
aquel seductor a la vez que los cipreses del buen augurio agitan sus cuellos con
guirnaldas de girasol.
Una estampa de enamorados bate palmas
sin cesar en los asientos, brillan y se clavan como puntas de
flecha.
Cuando el serio silbato vigila cada
estación se oye un abrazo, la guinda que celebra los años de lealtad, eso que
tan bien conocen las vías machacadas por el paso de las gentes.
Quisiera algún día arrimar mi oído al
acero y escuchar sus secretos cubiertos de siglos. Penas, olvidos, caricias,
ansias, plegarias y sueños reunidos en una canción lejana.
Esta cuna se mueve como un útero
materno, esta cadencia... calma. Los campos llenos de juegos surgen y se
esconden bajo un laberinto de túneles, metáfora a metáfora.
Al fondo, el mar, cristal aderezado de
sombrillas, colores estivales que tropiezan en su lomo abrochado a la
risa.
El horizonte cabalga en cada curva,
duerme el pasaje y una joven me sonríe, curiosa por mis letras.
Ahora compartimos el vaivén de la
ausencia y somos presencia. La mente reposa en el simple fluir de las
imágenes. Bendita juventud.
Viajar es un estado donde nos hacemos
espacio.
Y, por fin, el puerto, la terminal del
agua, la nave.
Llévate mi cansancio, abre las
compuertas, porque voy a bañarme en la inmensidad.
(Dejando atrás Pisa Centrale
12/7/2016 - 14.15 h.)
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