Fuego
de lirios
Cuando aparece el amor
—único
entre las gentes—,
las ventanas se vuelven atrás
para no dejar pasar el ruido.
Tiene enseñadas a las cortinas
a abrirse y a cerrarse
con una simple palmada
—pero
no se lo dirá a nadie.
Ellas saben que al llegar a sus brazos
a la casa se le saltan los fusibles por los ojos
y no pueden parar de cantar.
Para colmo, no sólo resucitan los marcos,
grifos,
persianas
—qué
más quisieran ellas que parar el incendio—,
sino también los lirios congelados
en las lindes de su jardín.
Se entiende que estén nerviosas
porque no están acostumbradas
a esa orquesta de caricias
que van y vienen
bailando
su por allí,
su por allá...
y su sígueme hasta aquí,
mordisco a mordisco,
pomo a pomo,
untadas de besos.
Teresa Iturriaga Osa
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