Magia al sol
El vendedor empezó a limpiar los libros antiguos,
estaban llenos de polvo e intentaba adecentarlos con la manga de su camisa,
pero yo le detuve.
—No, no, no se preocupe, eso no me
interesa; alcánceme, por favor, la lámpara de plata.
Él extendió su brazo hacia la vitrina y lentamente
volvió a iniciar su ritual del decoro, ocultando las manchas del metal.
Envolvió la joya sobre un paño de seda con ribete azul.
Estaba predestinada.
Yo sabía que todos los objetos de aquel anticuario
tenían un genio dormido en su vientre.
Teresa
Iturriaga Osa
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