—OPINIÓN—
LA FUERZA DE LA PALABRA
Por Teresa Iturriaga Osa
Sigo creyendo —a pesar de los tiempos que corren— en la fuerza de la palabra como lugar de encuentro entre semejantes y diferentes. Una sociedad democrática se diferencia de cualquier oligarquía en su modo de resolver los conflictos, en sus argumentos para dar sosiego y respuesta a las quejas, opiniones o sentimientos de razón contraria. Por ello, la palabra es una herramienta indispensable en la construcción de una civilización de paz, sin las viejas estrategias del bruto. La palabra establece las bases de una sociedad en la que puede desarrollarse sin freno la cultura. De ahí la importancia de los foros de expresión. Sabemos que comunicarse con los demás es un signo de madurez, aunque muchas veces no nos apetezca salir de la reclusión y hablar con el otro, pero así se vence la gravedad y el autismo que nos enferman poco a poco hasta morir de aislamiento. En ese sentido, utilizar la pluma se convierte en una especie de arte de la esgrima, una técnica en la que todos deberíamos ejercitarnos para ofrecer soluciones. Porque escribir, en definitiva, es luchar con eficacia, como quien tiende "una mano de hierro en guante de terciopelo", nos dicen los maestros orientales.
La libre expresión nos educa en la tolerancia, una escuela de respeto que nos
ayuda a aceptar todas las visiones y a no ser absorbidos por un sistema que
anula tanto el espíritu crítico como el de consenso. Nos referimos al
pasotismo, a la dejadez y al estado de idiotez en el que se sumergen las
sociedades occidentales a pasos agigantados. Es el letargo al que nos va
llevando la consagración del mito de plástico en una sociedad de consumo donde
se valora más la silicona que una buena gimnasia de neuronas. Asistimos, día a
día, a un mercado de espectáculos donde los sentimientos cada vez tienen menos
cabida y la nada avanza sin fe en lo humano. El escritor Pedro Salinas ya lo
expresaba así en el ensayo titulado "El defensor" (1948):
"No habrá ser humano
completo, es decir, que se conozca y se dé a conocer, sin un grado avanzado de
posesión de su lengua. Porque el individuo se posee a sí mismo, se conoce,
expresando lo que lleva dentro, y esa expresión sólo se cumple por medio del
lenguaje. Hablar es comprender, y comprenderse es construirse a sí mismo y
construir el mundo. A medida que se desenvuelve este razonamiento y se advierte
esa fuerza extraordinaria del lenguaje en modelar nuestra misma persona, en
formarnos, se aprecia la enorme responsabilidad de una sociedad que deja al
individuo en estado de incultura lingüística. En realidad, el hombre que no
conoce su lengua vive pobremente, vive a medias, aún menos. ¿No nos causa pena,
a veces, oír hablar a alguien que pugna, en vano, por dar con las palabras, que
al querer explicarse, es decir, expresarse, vivirse, ante nosotros, avanza a
trompicones, dándose golpazos, de impropiedad en impropiedad, y sólo entrega al
final una deforme semejanza de lo que hubiese querido decirnos? Esa persona
sufre como de una rebaja de su dignidad humana. No nos hiere su deficiencia por
vanas razones de bien hablar, por ausencia de formas bellas, por torpeza
técnica, no. Nos duele mucho más adentro, nos duele en lo humano; porque ese
hombre denota con sus tanteos, sus empujones a ciegas por las nieblas de su
oscura conciencia de la lengua, que no llega a ser completamente, que no
sabremos nosotros encontrarlo. Hay muchos, muchísimos inválidos del habla, hay
muchos cojos, mancos, tullidos de la expresión".
Por consiguiente, hay que volver a los orígenes. La palabra es nuestro camino
de evolución como especie, es lo que nos eleva por encima del reino de las
bestias. No lo duden: la palabra es el futuro.
Teresa Iturriaga Osa
Doctora en Traducción e Interpretación por
la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Reside en Canarias desde 1985.
Dedicada a la gestión cultural, periodismo, sociología, radio, poesía, relato,
ensayo, investigación, traducción. Directora de proyectos
interculturales Que suenen las olas (Canarias-Marruecos)
y Alar de rosas (España-Honduras). Sus libros: Mi
Playa de las Canteras, Juego astral, Revuelto de isleñas, Desvelos, Sobre el
andén, Gata en tránsito, Campos Elíseos, En la ciudad sin puertas,
DeLirium, El oro de Serendip (L’Or de Serendip ed. francesa),
Arden las zarzas y Palabra de
Gourmet. Se incluye en varias antologías: Orillas Ajenas,
Hilvanes, Fricciones, Ecos II, Doble o nada, París, Mujeres en la Historia
I-II-III-IV, Casa de fieras, Madrid en los poetas canarios, Pilpil y mojo,
Palabras descalzas, Sexo robótico y 2120.
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