Tuesday, April 3, 2012

COLECCIÓN QUE SUENEN LAS OLAS



TU NOMBRE ES VÉRONIQUE

Teresa Iturriaga Osa








Después de aquella visión, el universo entero se le cayó a pedazos, como si fueran trozos de carne que le aplastaban sobre su cabeza de niña. Tenía trece maravillosos años, una fortuna que alguien quería dilapidar sin ninguna razón.

Soñó que dos regueros de sangre corrían por sus piernas en un lugar sucio y oscuro. Se había pasado toda la noche pensando y gritando en voz alta... Una anciana mujer le susurraba al oído cosas extrañas y le torturaba con su voz... ¿Sería una curandera? ¿Y qué era aquello crudo que le bajaba hasta los pies como la sangre de los meses lunares? ¿Y qué le agitaba el cuerpo como un vómito de noria? ¿Qué querían hacerle? ¿Por dónde se adentraría en su cuerpo aquel instrumento punzante que le mostraba la mujer del sueño? A saber... mejor no pensarlo... cuando despertó. La luz entraba en su habitación. Ya era hora de levantarse. Debía ir a clase.

En cuanto llegó al colegio, Regina saludó a Irine, su compañera de pupitre. Todo el mundo la miraba con un silencio culpable. Ella no podía entender nada, parecía que sus compañeras sabían qué había pasado por su mente aquella noche. La cara de tonta que debía de tener mientras aquellas enteradas del reino cuchicheaban entre ellas... pero, de repente, se levantaron todas a la vez cuando la profesora de francés entró en el aula y dio comienzo el protocolo de saludos... Bonjour mes élèves, bonjour mademoiselle, asseyez-vous, merci mademoiselle.

Durante la clase, Regina sintió náuseas y pidió permiso para ir al servicio. Al principio, la profesora la miró con cierta desconfianza, pero asintió. Entonces, notó una rara sensación: era como si estuviera acompañada. Allí dentro, no sé qué o quién dormía, pero ese alguien le gritó su dolor esclavo desde el vientre, une voix bouleversée par l’angoisse... No se trataba de una voz conocida, era como un rumor de hojas agitándose en remolino. En el baño, entre ráfagas de asco, le sobrevino el recuerdo de aquel hombre que unos meses antes le había hecho daño. Él exploraba las sombras, una noche de abril, cuando ella volvía de los campos de su abuela. Ya no recordaba su cara, pero sí aquellos dedos traficantes de babas y palabras... Entonces, por primera vez, pensó que podría estar embarazada.



-No lo intente... oiga...

-No llores, por favor, no te pongas así, por favor, no llores...

-Déjeme... no vuelva a tocarme.

-Por favor, dime al menos... ¿cómo te llamas?

-Ni... me... to... que.



Pero la tocó. Y lo cierto es que ahora Regina estaba muy delgada y tenía toda la pinta de estar embarazada, aunque, como la mayoría de las niñas de aquella región, podía estarlo y no saberlo. No había ningún centro sanitario en aquella zona fronteriza que aún padecía las secuelas de un antiguo conflicto bélico. Oficialmente, la guerra había terminado, pero la Carta Internacional de Derechos Humanos no tenía ninguna validez en aquel medio. La comida era también escasa, así que la pérdida de peso en las niñas era frecuente, debido a su deficiente alimentación y a la anemia que sufrían. La falta de controles médicos hacía que éstas vinieran a darse cuenta de su estado muy tardíamente y, en ocasiones, se veían obligadas a asumir un bebé no deseado por miedo a ser expulsadas de su entorno familiar. Llegado el momento, una partera acudía a casa y aplicaba sus conocimientos tradicionales que de nada o de muy poco servían ante las posibles complicaciones del parto. Muchas morían, también los bebés. Todo era muy grave, verdaderamente triste: ni material sanitario, ni médicos, ni ambulancias, ni quirófanos. El abandono y el olvido seguían ejerciendo una sutil pena de muerte.

En los últimos años, la cifra de estudiantes adolescentes embarazadas en el centro escolar de aquella aldea alejada de la capital se había elevado mucho y la mayoría había abandonado el colegio. Todas recordaban con cariño a la joven Agnès, una estudiante excepcional que un año antes se había quedado embarazada. Ella siempre quiso estudiar periodismo, pero tuvo que dedicarse a amamantar y a cuidar de su bebé, trabajando de sol a sol porque sus padres la echaron de casa. A explorar la miseria, a tejer cestos, a trabajar con abalorios, a escarbar la tierra... Siempre fue duro ser madre soltera.

Sin embargo, Regina no estaba por la labor de seguir los pasos de Agnès, abandonando sus sueños. Durante la clase de francés, pensó que se lo contaría todo a sus padres y que ellos lo comprenderían. Ella no era culpable de haber sido violada por aquel desconocido que vagaba por los montes de su aldea masacrando la inocencia. Tendría al bebé. Estaba convencida de que su madre la ayudaría para que pudiera regresar al colegio y continuar con sus estudios. Se había prometido a sí misma llegar a ser médico y ese pacto de honor consigo misma no podría quebrantarlo nada ni nadie. Sabía que valdría la pena su esfuerzo por mejorar su formación, y que, incluso siendo madre soltera, sería una madre responsable.

¿Y enamorarse de alguien?, ¿y de quién y para qué? Estaba harta de no encontrar la altura suficiente, nadie que le llegara al tacón de elegancia que había escogido para vivir... y de no encontrar más que eso... brutos, torpes, primates. Bestias. Sólo los cobardes abusan de los seres indefensos.

Regina buscaba la belleza de un amor cara a cara. Alguien a quien pudiera remar y que también le remara a ella. Sólo un jinete inquieto podría seguirle sin temor, con sus brazos en regatas, subiendo y bajando los rápidos, por rutas salvajes, como una anguila que vuelve al río. Su olfato de hembra fértil se escondía en un refugio donde sabía que al final se encontrarían. Fais-moi des bisous... Nadar, bucear, brincar en el aire. Enamorarse sería como renacer a otra vida.

Y así fue pasando el tiempo. Era casi agosto y Regina seguía nadando sin desfallecer contra las corrientes del océano, su fuerza interior era su aleta dorsal y el brazo del remo. Ya estaba de cinco meses y no paraba de hablar con su bebé, que ya le había confesado que era una niña. Una tarde subió a la colina y le mostró su futura casa, una antigua casa colonial abandonada con un tejadillo a dos aguas donde crecían hierbas con líquenes naranjas y amarillos sobre una veranda que ella imaginaba con tules crepúsculo-amanecer.









-Sí, hija, algún día voy a comprarla. Seré médico y tendremos una vida digna, ayudaremos a la gente de la aldea. Nosotras solas lo conseguiremos.



Volaba su imaginación por las cumbres de las montañas mientras hablaba con su hija. Con música danzante, ella dibujaba su futuro y soplaba vida en la casa, iba colocando una a una sus lámparas en el techo, cristales de lágrimas en el baño principal y en el salón de invitados. Después, veía venir a miles de pájaros que abrían el portón del jardín entre trinos, plegarias y un aroma de hierba fresca. Una nube regaba un gran flamboyán con abrazos de agua y brisa de tarde, mientras ella disponía la decoración de las estancias con espejos y termas, vidrieras biseladas, cobres y aguamarinas, arabescos y tatuajes. Un poema de primavera dulce y añejo se fue levantando ante sus ojos. Amatistas, gasas, pareos, telas, tapices, muebles de caoba, palo de rosa, cuero y cristal, arcos de adobe, cojines, velas de luz ocre, pourpre, d’un rouge vif, mes points de crochet, alfombras de crin, manteles, cofres con reliquias, talismanes, túnicas multicolores, tambores, máscaras, ambientes, manjares, libros de arte mezclados con utensilios de cocina. Manuels de savoir-vivre pour enfants et adultes.



-Ya he pujado por la casa. La compraré, hija. En dedal de plata, renaceré contigo. Ven pronto, no tardes, que aquí tienes tu cuarto. Sabes que te quiero. Tu nombre es Véronique.


***

Ilustraciones: Cheres Espinosa



RELATO DE LA ANTOLOGÍA QUE SUENEN LAS OLAS

Colección de relatos escritos por mujeres de Canarias y Marruecos


Editado por LA OBRA SOCIAL DE LA CAJA DE CANARIAS


Cofinanciado por AFRICAINFOMARKET


Primera edición: junio de 2007 en Las Palmas de Gran Canaria


 


Foto: Teresa Iturriaga entrevista a Leila Chafai
en el Gabinete Literario LPGC


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