Sabor a té
De repente, llegaste envuelta en tu jaima.
Bajaste despacio por cuerdas de azar.
Desplegando partículas,
vibraron tus lazos azules
en casas sedientas de adobe,
y juntas gritaron
-¡y muy alto!-
ese verso libre de Tinduf a tu lado,
cantando con palmas y dunas.
Se encendió la luz, vergel o desierto.
Tu rostro en blanco y negro,
reflexión silenciosa del hambre, espanto,
galope de voz a las puertas, fronteras del miedo,
ante los oídos sordos al clamor.
Un extremo de la comba sobre las minas,
frente a las armas, un chacal, un erizo.
Los pies borraron rayuelas antiguas.
Y una niña pintó con tus ojos un sueño con tiza.
De repente, la ausencia.
Te llevaste contigo la jaima,
ocho mantos de oasis, una gran orquesta con noche
y toda clase de esencias, lebjur, sedas, barrads,
alfombras, cojines... hasta el genio y la lámpara.
Un sorbo final con virutas de té.
Maestra de la algarabía, latido a latido,
fuiste trémulo mar de abrazos en cada línea,
tilde de bondad tu vida entera.
Aquí seguimos, sí, huérfanos de buenos días.
Sentados en el suelo, un círculo te nombra,
levantando sus kisans hacia ti.
Tu memoria escancia estrellas.
Va este brindis de hierbas, roce de piel y espuma,
contigo placer enamorado.
El primero, amargo como la vida.
El segundo, dulce como el amor.
Y el tercero, suave como la muerte.
Teresa Iturriaga Osa
Barcelona, agosto 2018.
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