Tuesday, March 20, 2012

COLECCIÓN DE RELATOS ESCRITORAS DE CANARIAS Y MARRUECOS



LA HABITACIÓN DE AL LADO



Latifa Baqua (escritora marroquí)



La calle está desierta y fría. Tiro del carro de la verdura vacío. Mis ojos se enfrentan a la escena de la gata flaca… que se acurruca sobre sí misma en el hundimiento de la pared que hay frente al café del barrio.

Recuerdo que ahí delante vivía doña “Fiona”, mi vecina, que procedía de un lugar de ciudades lejanas y frías. La observo enfundada en su vestido naranja, observo sus pasos ligeros, que me recuerdan cómo a mi marido ella no le gustaba nada y solía comentar que “esta anciana echó a perder la vida de su marido, un borracho bueno, y la vida de su hija, haciendo de ella una desgraciada, y la vida de sus nietas, unas nietas demasiado tranquilas, y todo porque su signo del Zodíaco es escorpión”.

Ella me mira sacudiendo su melena teñida de alheña. La saludo y saludo también a su marido, que le adelanta algunos pasos. Creo que están dando su primer paseo de la mañana. Ellos suelen despertarse a las tres de la madrugada, toman su primera tacita de café, a las que van añadiéndose otras, y después, comienzan los paseos. Observo las piernas desgreñadas de su marido, unas piernas visibles gracias a un pantalón corto que se sumergen en unas zapatillas de deporte blancas. Veo siempre cómo el marido espera su llegada sonriendo, para abrazarla por la fuerza de la costumbre y, luego, se marchan los dos silenciosos.

Sonrío por primera vez, a pesar mío, en un nuevo día de mi vida pasada, recordando la respuesta que él me dio al preguntarle sobre la hora de dormir: “... en general, la cuestión está en relación con el programa sexual”, respondió con toda la seriedad que merece el tema.

¿Qué voy a preparar para la comida? Espero no ver un rostro conocido... Puedo imaginar el estado de mi cabeza, mis ojos están hinchados, mi nariz... colorada... y mis labios aprietan mis dientes… todo lo necesario para no poder pronunciar palabra.

De repente, un viento frío acaricia mi cara y oigo el susurro de una entonación familiar… desde la radio de la cafetería del barrio… es una vieja y triste canción popular.



¡Oh, tendero!, dame mi medicina

Me dijeron que mi medicina la encuentro contigo

El tendero cura la separación del amado…





Mi tía Zubida…

Zubida, mi tía… cantaba esa canción en las fiestas familiares… Siento de golpe una carga de sentimientos alegres que se empujan entre sí dentro de mi cuerpo.

Oh, Zubida… ¿dónde estás ahora… y dónde están tus días?

Recuerdo su cara pequeña, luminosa, y sus ojos lascivos… Pienso que, a fin de cuentas, era una prostituta buena, de aquellas prostitutas originales del Marruecos de los setenta que no se parecen en nada a las de estos tiempos... Su trabajo le traía muchos problemas con los mayores de la familia que, al final, la rechazaron… Pero no ocurrió así con Halim, mi hermano menor y yo, que solíamos ir a visitarla a escondidas de nuestros padres… para saborear en su casa unos sabrosos platillos de caracoles condimentados con tomillo y raeduras de naranja… Nos sentábamos armados de alfileres alrededor de una gran vasija arcillosa que desprendía un humo ascendente. Mi hermano Halim sigue repitiendo todavía hoy que “los caracoles de la tía Zubida son los más deliciosos que he probado en toda mi vida”.

Y la canción que se escapaba desde el café me seguía persiguiendo… venía de una época muy lejana ya vivida… pero que me provoca dudas sobre mi propia realidad, al formarse una contradicción entre mi vida actual en esta ciudad y en… aquella otra vida que también sigo viviendo en aquella… ciudad lejana… que aún permanece en mi cuerpo.



¡Oh, tendero!

Dame mi medicina



Zubida, con su voz triste y bella… con una ansiedad propia de su carácter… dirigiéndose al tendero desconocido… lo recuerdo muy bien.

Permanecía en la sala de la televisión, en casa de Zubida, con otras mujeres que yo no conocía... Halim (a quien le esperaba un futuro prometedor en la extrema izquierda) estaba a mi vera sentado a la turca… éramos todavía jóvenes adolescentes… y no nos gustaba la vida de los adultos tradicionales… porque era tan opuesta al mundo maravilloso de los libros que devorábamos… y tan distinta de las fantásticas películas que veíamos en el cineclub los domingos por la mañana… Además, mi tía era la más próxima a esos otros mundos.

Miro mi djellaba1 limpia y me acuerdo de los pantalones vaqueros extremadamente sucios que no queríamos lavar en los días de lavado, pensábamos que así éramos más coherentes con nuestra concepción del mundo…

El viento frío sigue acariciando mi cara… y pone en marcha mi memoria.

Teníamos muchos pensamientos secretos mientras nos sentábamos delante de la televisión en casa de mi tía, y éramos bastante tolerantes con respecto a lo que ocurría en la habitación de al lado… donde se encontraba Zubida en compañía de alguno de sus antiguos clientes. Ahora pienso que nunca les llegué a ver, a pesar de estar siempre en la habitación de al lado. Eran numerosos, nunca llegué a contarlos… oía sólo las puertas que se abrían y se cerraban… murmullos inarticulados… después silencios… y, de nuevo, puertas y pasos en la escalera.

Puros fantasmas que nadie veía… pero su existencia no afectaba en nada a nuestras charlas o a la continuación de las telenovelas árabes... la vida seguía su ritmo... la rutina y el calor se hacían insoportables aquellos veranos… a pesar del movimiento de la habitación de al lado.

Veía a mi tía moviéndose con una actividad extraña en su casa… tan pronto tomaba una ducha fría, como se cambiaba de ropa, preparaba té o café, entablaba una conversación… idas y venidas a la habitación de al lado, y nos ofrecía una sonrisa cada vez que nuestros ojos se topaban con sus ojos tristes… de repente, oíamos que alguien llamaba a la puerta… y que sonreía pidiendo perdón por algo que no llegábamos a entender... luego… desaparecía por un tiempo, que podía ser largo o corto.

Hacía mucho calor… la ciudad estaba desierta, sus avenidas daban asco... el único refugio del que disponíamos era la casa de la tía… estábamos furiosos porque no se había podido acabar con aquel régimen para implantar un régimen trosquista como ocurría en las películas del domingo… Todos terminaron en celdas carcelarias lejanas y desconocidas. Soñábamos con la revolución, con el amor… y con la libertad… y, con nuestro sentido de niños, comprendíamos que nuestros sueños eran sueños prohibidos. Por eso, nos escondíamos en la casa de la tía, sintiendo desde nuestros ojos de niños que… su casa era tolerante con nosotros como nosotros éramos tolerantes con ella.






Al caer la noche, mi madre nos decía que dejásemos las lecturas para no reventar nuestros ojos y cerebros y nos mandaba a los dormitorios. Halim me pedía entonces que me quedase un ratito con él para contarle cosas sobre el bello mundo que íbamos a construir con la llegada de la revolución… yo daba rienda suelta a mi imaginación y atribuía las historias al nombre de un gran escritor cuyo nombre terminaba bien con “ski” o “kov”... Recuerdo que una vez, cuando acabé la historia y ya me disponía a ir a mi habitación, él me sorprendió con la pregunta: “¿Existe Dios o no?”.

Mi madre contaba que nuestra tía Zubida no se divorció de su marido Salam (su primer marido, con el que se casó a la edad de trece años, y después huyó del hogar tras un mes de matrimonio, saltando desde la ventana)… mi madre añadía que no se había divorciado porque su marido no había dado con ella… o quizás porque ni siquiera había intentado buscarla...

Yo quería escuchar esa historia...

El hecho de no haberse divorciado no le impidió, por supuesto, casarse con otros muchos pretendientes. Uno de ellos tenía un absceso en su muslo. Mi tía se lo limpiaba siempre con alcohol y compresas hasta que una mañana sintió tanto asco que le prohibió la entrada en su casa.

Puedo recordar a otros maridos, pero ellos también eran fantasmas que entraban y salían de la casa para zamparse los deliciosos platos preparados por mi tía. Dormían, roncaban y, luego, por la mañana, salían de la habitación; después, se iban de la casa para que en la habitación pudiera recuperarse la actividad normal.

La casa tenía dos plantas. La parte de abajo se alquilaba a los comerciantes semanales que dormían allí cada jueves, llevaban su mercancía y se marchaban hacia otros mercados… el primer piso se componía de dos habitaciones... Halim y yo, y también los niños de la familia que querían como nosotros a nuestra tía, nos quedábamos siempre en la habitación de la televisión… huyendo del calor del verano… A menudo, con nosotros estaban algunas visitantes ambiguas... más tarde comprendí que las ancianas que había entre ellas eran prostitutas jubiladas, mientras que las jovencitas acababan de entrar en la prostitución… Zubida las cogía justo en el comienzo de su camino profesional a la espera de que se endurecieran y así pudieran realizar su independencia material y moral para salir a la vida contando con sus propios brazos… quiero decir, con sus cuerpos enteros y no sólo con los brazos.

Me acuerdo de que todas eran de piel blanca y llevaban el pelo negro suelto sobre los hombros… sus ropas estaban bordadas y descubrían la blancura de sus piernas y sus pechos… me acuerdo de que sus labios y sus uñas estaban pintadas de rojo… siempre. Nosotros, los niños, hablábamos mucho y jugábamos a las cartas… En el momento en que las visitantes ambiguas se quedaban silenciosas esperando algo que no podíamos captar… estaba la otra habitación. Nunca entré dentro… pasaba al lado sin fijarme. Sabía que era ella y no otra cosa la causa de la ruptura de los adultos de la familia con mi tía y podía sentir también hasta qué punto eso le dolía.

A causa de esa habitación, entonces, nos estaba prohibido visitarla; pero, a pesar de ello, la queríamos y la preferíamos a las demás tías, rígidas mujeres que no tenían habitaciones ambiguas ni platos deliciosos… de caracoles.

Digo que no entré nunca en esa habitación, sin embargo, me acuerdo de que una tarde mi tía la abrió frente a mi cara… sin prevenirme… ésa fue la primera y la última vez.

Abrió el armario y sacó una botella de perfume de tamaño grande, como las que se venden de contrabando… y empezó a pulverizar mi vestido y mi pelo… devolvió la botella al armario, lo cerró y, luego, colgó la llave en su… cintura… eché una ojeada al interior, miré la cama... Al no entrar en esa habitación, sentía que mis padres no tenían una razón convincente para prohibirme su visita. Para mí, era como si mi tía tuviera dos dimensiones… y yo me conformaba con estar en la dimensión de los caracoles… de las historias divertidas de sus maridos ambiguos… la historia de su primer marido “Salam”… la gracia de algunas de sus amigas prostitutas locas y buenas: “Bint laskari”, que le compró a su hijo un mono con una cadena de oro para que se quedara con él hasta su vuelta del trabajo… “Bint Madi”, la anciana señora con cuerpo de niña que tiene el pelo corto pintado de amarillo y que siempre esperábamos a su paso por la plaza de la fuente... cuando llevaba cada tarde su botella de vino diario, envuelta dentro de un periódico, recorriendo la distancia entre la tienda donde compraba el vino y su casa a pie. “Bint Madi” distribuía sus salutaciones calurosas entre la gente que conocía y que encontraba… y, a veces, escondía la botella bajo el brazo para dar besos a sus amigos… puede que para empezar una conversación… en frente de… la fuente.

Esas mujeres graciosas eran toda su familia… y, por supuesto, nosotros, los niños de la familia.

La canción ya no puede seguirme… parece que me he alejado mucho… mi cuerpo sufre el dolor de la tristeza y de la nostalgia… avanza ahora en otra tierra…

El viento frío de esta mañana está lleno de ternura…

Cierro los ojos y toco mis mejillas y mi cuello.

La verdura es nueva… ¿qué es lo que usted desea?… el vendedor de la verdura me saca de mis sueños con su pregunta habitual.

¿Qué es lo que usted desea...?

Por supuesto, no puede darse cuenta de lo que yo deseo en este momento:

“¿Tiene caracoles condimentados con tomillo y raeduras de naranja?”.





***

Ilustraciones: Isabel Conde Ibarra



RELATO DE LA ANTOLOGÍA

QUE SUENEN LAS OLAS

Colección de relatos escritos por mujeres de Canarias y Marruecos

Editado por LA OBRA SOCIAL DE LA CAJA DE CANARIAS

Cofinanciado por AFRICAINFOMARKET

Primera edición: junio de 2007 Las Palmas de Gran Canaria

Traducción y adaptación de los textos árabes al español:

Leila Chafai y Teresa Iturriaga Osa

No comments:

Post a Comment