Friday, March 23, 2012

COLECCIÓN DE RELATOS



ALGO PARECIDO AL ASOMBRO



Leila Chafai (escritora marroquí)






Se despertó una mañana con una vaga sensación de perplejidad. Algo como una niebla la enrolla, desaparecen las fronteras que arquean las cosas y el ojo se abre sobre un nuevo continente donde nunca imaginó que existiera tanta ambigüedad y seducción.

El médico dijo que una mano verde se había escabullido por la noche para labrar su cuerpo; entonces, el grano techó y su raíz penetró en la parte viscosa de la muralla sangrienta. Se llenó de sorpresa... Palpó la pelota de carne bajo su barriga y sus emociones salieron con la forma de un grito que el médico arrebató con una sonrisa de ánimo.

Ella no se acuerda de cuándo le sobrevino ese deseo sorprendente de la maternidad. No se imaginaba que la cosa tuviera que ver con un suceso pasajero, ya se había enamorado de muchos hombres como buques emigrantes en tránsito... pero ella estuvo prendada de un hombre preciso. Creía que era diferente, exclusivo; entonces, lo consagró con tal pasión que terminó desquiciada por completo. Recuerda que, precisamente, el deseo floreció en su interior una tarde tan triste y borrosa como la cara de su amante, a nubes de distancia. Algo parecido al asombro tocó aquella parte tan tierna de su cuerpo. Tuvo escalofríos, sus miembros se encogieron, le pareció como una flor humedecida por la llovizna, que se abrió y desplegó sus hojuelas tiernas. Lo vio temblando entre sus brazos como un niño medio loco. Lo quiso así. Cuánto lo quiso así. Y cuando se fue, ella miró hacia la tierra que abría sus poros a los arroyos de agua, y, entonces, el deseo se hizo más grande... hasta tener el tamaño de una pasión que le hizo perder la cabeza.

Eso sucedió en un tiempo muy remoto, como si no tuviera nada que ver con su memoria. Ella no quiere recordar nada. Sólo quiere poner su cabeza sobre un pecho tierno y olvidarse de aquello... Fue una historia de hiriente crueldad que su cuerpo pequeño no puede soportar.




La calle la acogió indiferente. Aquella mañana de otoño, las avenidas estaban vacías, sólo algunos aceleraban el paso ante el desconocido. Se acordó de que era un día de huelga general, también había sentido cómo retumbaban las balas en las ciudades vecinas. ¿Cuántos niños van a morir hoy? ¿Cuántos cadáveres van a acumularse, privándolos de la vida como si no hubieran venido más que para irse así, como las espigas de trigo en la estación de la cosecha?... Palpó su vientre otra vez. ¿Va a morir mi niño a causa de una bala perdida? Le asustó la idea y la rechazó. Pensó en hacer de su sueño una vela encendida por un mundo menos loco. Grabaría con sus uñas la imagen de su futuro niño, al que luego le dejaría como herencia algo de su rebelión y su capacidad de soñar.

Se acordó de que no tenía a nadie para contarle la buena noticia; su amante había emigrado a otros mundos íntimos que ella no conocía, se había quedado lejos, como siempre. Se había dado cuenta de su gran ingenuidad el día que pensó que él estaba más cerca de su persona que ella misma.

Cruzó la calle hasta llegar a la otra acera. Frente a ella, se reprodujeron los rostros de los hombres que habían sabido quererla y que ella, sin embargo, no supo tratar con amabilidad. Estaba como quien esperaba a Godot, como una mujer enamorada de un hombre que todavía no había nacido. Ella mira al espacio, enorme, las nubes pasajeras parecen cargadas de promesas... y espera. Cada día le acerca aquella promesa extraña en su gelatinosa y temible ambigüedad. Va y viene, y, luego, va y viene. Lleva su existencia con amabilidad por miedo a que se le caiga y se rompa. Recorre las distancias de ida y vuelta como un burro acostumbrado a girar alrededor de un pozo abandonado o como un animalito ilusionado que cree en la vida y espera.

En un momento fugaz, vino a darse cuenta de que iba a vivir el suceso en soledad. Se retiraría a su cama silenciosa y pondría en orden sus ideas agitadas como las olas del océano.

De repente, vio -entre lo que ve el dormido- un fantasma hurgando por el ojo de la cerradura para confiarle un bulto de papel y una pluma. Se acomodó al sentarse y pensó en escribir algo sobre su deseo de maternidad. Sabía que la memoria no funcionaba más que con la palabra, pero dudaba de la realidad de las palabras; por eso, decidió reunir fuerzas y escribir con su propio cuerpo un nuevo lenguaje rebelde, indomable. Voy a hacer que mi voz se apoye en su propio eco, escribiré en el idioma de la diferencia y cambiaré el aforismo para que sea "yo escribo, entonces mi idioma existe", es lo que susurró en su interior en medio de la oscuridad de la noche, con la certeza de que los niños de amor nacen con rostros singulares.





Extendió los papeles, trazó en una de las páginas su primera frase: “Se despertó una mañana con una vaga sensación de perplejidad”. Las demás frases fueron asentándose con gran dificultad. Se dio cuenta de que vivía los dolores de un parto difícil. Tocó su cuerpo, el esperma ya no era un trozo de carne similar a una pelota situada debajo de su barriga. Conjeturó que su niño vendría antes de lo previsto, pero una vaga ilusión de supervivencia le incitaba a resistir. Ella sabe que dará a luz con dolor, como lo hicieron y lo harán todas las mujeres, pero ella quiere tener un niño que no pertenezca a otra persona. Quiere que reciba su identidad y sea ungido con el olor de aquel líquido que corre por sus venas. Entonces, se apoderó de ella un sentimiento ambiguo: algo se tejía a escondidas. Como un ciervo atemorizado, sus dedos se detuvieron ante una frase que le pareció espantosa. Volvió a leer lo que había escrito con algo de miedo. Pero, en ese momento, se dio cuenta de que no había escrito más que los márgenes del texto y descubrió que su voz se basaba en otras voces que estaban a punto de revelar su fuente.

El texto le resultaba tan cotidiano que llegaba a ser vulgar, como si lo hubiera leído decenas de veces antes de escribirlo, y aquella pesadilla se parecía a iluminación del sufí en un momento de serenidad tras la caída de lo que separa al hombre de Dios. Y ella se acuerda de cuando despertó, el mundo a su alrededor estaba en silencio y el texto era muy lejano, como si no perteneciera a su memoria.



***



Ilustraciones: Isabel Conde Ibarra


RELATO DE LA ANTOLOGÍA


QUE SUENEN LAS OLAS

Colección de relatos escritos por mujeres de Canarias y Marruecos

Editado por LA OBRA SOCIAL DE LA CAJA DE CANARIAS

Cofinanciado por AFRICAINFOMARKET

Primera edición: junio de 2007 Las Palmas de Gran Canaria

Traducción y adaptación de los textos árabes al español:

Leila Chafai y Teresa Iturriaga Osa

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