Friday, June 15, 2012

RELATO



PALABRAS… PALABRAS…

Dolores De la Fe







(“Words…, words…”,

Shakespeare)





Al mediodía, al volver del colegio a la hora de almorzar, la chiquilla se encontró en casa con la curiosa y alegre sorpresa de que la cocinera nueva, que empezaba ese día, ¡era una chica joven! Por primera vez en su corta vida, veía en la cocina alguien completamente distinto al estereotipado “modelo” de mujer entrada en años, con el eterno moño canoso apretado con horquillas negras en la mismísima coronilla, faldas negras hasta los tobillos, medio cubriendo unos pies deformes calzados con alpargatas, un delantal grisiento, a rayas, con bolsillos abultados…



Le encantó el cambio. Además, la chica era sonriente, lo opuesto a la tradicional cara arrugada de expresión melancólica que solían ofrecer las “cocineras de toda la vida”. A ésta se le formaban hoyitos a los lados de la boca. De haber tenido que puntuar, la chiquilla le hubiera puesto un rotundo diez.



Le preguntó:



-¿Cómo te llamas?

-Me llamo Calme, pa’ selvisle.



(Primero que nada estaba el almuerzo, que había que volver al colegio)






Durante la merienda, comentó con Tiadre:



-La nueva se llama Calme, ¿verdad?

-No, mi niña, se llama Carmen, como yo.

-¿No va a saber ella cómo se llama?

-Es que lo pronuncia de otra forma… En el Risco hay gente que pronuncia distinto…

-Y si la llamo Carmen, ¿sabrá ella que es a ella?

-¡Claro que sí, mujer…!



La cuestión onomástica quedó saldada, al menos, de momento.



Pero a la chiquilla le seguía gustando la nueva cocinera. Era habladora aunque fuera mal pronunciadora. La chiquilla se metía en la cocina en cuanto tenía ocasión, para oirla hablar. Un día dijo:



-Mi marío tá pa la cojta… vastá toa la safra…



La chiquilla casi alcanza el éxtasis auditivo al escuchar una frase absolutamente incomprensible. ¿Hablarían en el Risco un idioma nuevo? ¿Tendría el padre un diccionario de ese idioma, como el que tenía de Inglés?



A tal maravilla de frase añadió la muchacha un broche de oro:



-No me ejó preñá…



La chiquilla creía flotar en una nube inenarrable. Desde siempre, las palabras ejercían en ella un efecto casi mágico. Adoraba oír palabras nuevas y la excitación que le producían hasta que se enteraba de su significado, la tenían en vilo. (Alguna vez la decepcionaron, como le ocurrió con “chisgarabía”. Qué pena, una palabra tan divertida…)



Otra de las fascinantes novedades que ofrecía su cada vez más admirada Calme, era la de freír cantando. La muchacha se plantaba junto a la sartén donde preparaba la fritura, agarraba con mano firme la espumadera y repiqueteaba con ella el guiso. Al mismo tiempo, se iba repasando los dientes con la lengua, se detenía un segundo apenas en un colmillo, como si lo chupeteara, y lo más curioso todavía, también al mismo tiempo, ¡cantaba! Siempre la misma cancioncilla:



“Vivo siega enamoráa

de unombremoreno

que me trae loca”



Y volvía el repiqueteo en la sartén, con la espumadera, y el chupeteo del colmillo.



La chiquilla llegó a pensar, intrigada: ¿Le cantaría eso al marío? ¿O sería rubio?



En la casa se comía con bastante frecuencia un plato de huevos que les gustaba a todos. Consistía en algo así como quitar las cáscaras a un montón de huevos duros, ponerlos luego en el fondo de la bandeja de horno, cubrirlos luego con aquella cosa blanca que también servía para hacer croquetas, y acabar echándole por encima pan bizcochado molido y unas bolitas de mantequilla. Se metía en el horno y poco después toda la casa olía riquísimo.



Bueno, pues esa mañana estaba Calme pelando huevos duros, que estaban extendidos sobre la mesa de la cocina. Siendo como eran una familia tan numerosa, la cantidad de huevos tenía que ajustarse a la de gente a comer. (En números, la chiquilla no hubiera podido calcularlos, nunca le gustaron, si acaso el número siete, que le hacía gracia, le parecía un número con bigote.) O sea, que la mesa casi parecía que estaba cubierta por un mantel de forma rara.



Calme trabajaba muy ligerito: cogía un huevo, le daba un golpito contra la mesa, que lo dejaba medio estrellado, lo pelaba en un santiamén, lo cortaba por la mitad y lo colocaba dentro de la bandeja, con cuidadito.



La chiquilla, silenciosa, la veía trabajar. Se fijó en los huevos crudos, que de toda la vida se ponían en un gran cesto de verguillas, en el esquinero junto a la mesa. Los traía a la casa la mujerona del “cinco a dos”. Tiadre le había aclarado tan enigmática frase cuando la chiquilla le preguntó: quería decir “cinco huevos, dos pesetas”; al parecer, por Cuaresma las gallinas ponían más y entonces la oferta variaba a “seis a dos”.



Tras unos segundos de contemplar a Calme con el trasiego, a la chiquilla se le encendió en el magín una idea torina: por primera vez en su vida tramó una mataperrería. En lo que Calme se acercó a la alacena, ella agarró un huevo fresco del cesto de verguillas y lo mezcló con los otros que esperaban su turno para pasar a la bandeja. Esperó, nerviosa, el corazón en un puño, asustada… (Hay que tener en cuenta que era la primera mataperrería de su vida…) Por fin le llegó la vez al huevo fresco… Calme, inocente, lo cogió… ¡plaf!, sobre la mesa se extendió la clara rodeando una yema aún sin romper… Otros tres huevos duros flotaron un momento por la clara…



Calme se sulfuró, parecía que echaba chispas… Gritó:



-Mira que sos ruinita, mi niña… y paresía una mosquita muelta…



La cobardica de la chiquilla se echó a llorar, arrepentidísima de la ruindad.



-Y ahora la señora me va a echá la curpa a mí… ¡Sús, madrita’l Pino, ta afrenta…!, juraíto poldió que cuantito güerva mi marío de la safra, me lalgo desta casa, como pepe que me llamo…



Desde el cuartocostura, la madre sintió unos escorrosos en la cocina y fue a ver qué pasaba. La chiquilla, llorando como una magdalena; Calme, sulfurada y toda “elementada”.



La madre (¿por las cuentas que le traía?) calmó a Calme, asegurándole una fe absoluta en su inocencia; cargó la mataperrería en la cuenta personal de la chiquilla, con la trilladísisma frase de “ya sabe cómo son los chiquillos…”



-Y aquí no ha pasado nada.



(Por una vez, también la primera, el ídolo no tenía los pies de barro, sino la idólatra).



 
Aunque no tocara en clase al día siguiente, la chiquilla solía repasar con frecuencia la Historia Sagrada. En verdad, no acababa de entender con claridad la lectura, pero tal vez por eso mismo, por la sensación de enigma, de misterio que sugería, no perdía el interés. Incluso las mismas palabras cuyo significado ignoraba, le dejaban siempre un buen sabor.



Por ejemplo, durante un montón de tiempo, estuvo dándole infinidad de vueltas a todas las ideas que traía a su imaginación ese asunto de la expulsión del Paraíso Terrenal, tema que llegó a constituir para ella un auténtico filón.



Le dio mucha pena que Adán y Eva se quedaran, más que nada, sin su jardín y sin ni siquiera contar con la posibilidad de sustituirlo por un patio, por lo menos… Qué pena, perder tantos árboles raros que ni siquiera tenían los nombres de los de aquí (plataneras, naranjeros, higueras…), sino nombres tan exclusivos y raros como Árbol de la Vida o Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Eso del Bien y del Mal obligaba a la chiquilla a relacionarlo con las notas al pie de los problemas de aritmética.



¿Cómo serían las hojas de ese árbol? Traerían por una cara aquella bobería, por ejemplo, de “Si un obrero tarda una hora en hacer su trabajo, ¿cuánto tardarán dos?”.



… Rumia que te rumia, todo lo bíblicamente que fuera, un buen día se sorprendió dándole la vuelta a la tortilla –y nunca mejor empleado el término. Porque fueron apareciendo en sus fantasías bíblico-mentales infinitas variedades botánicas para nombrar a los árboles de nueva creación, todos ellos nombres muy sugerentes, pero, ay, fatalmente relacionados con su cotidiana y gastronómica realidad, teniendo siempre como telón de fondo las ricas comidas que guisaba Calme.



El Árbol del Potaje… El Árbol del Huevo Frito… (pero a éste, sin saber por qué, lo imaginaba siempre como algo más achaparrado, casi arbusto.) (¿?)



(Y por si fuera poco, qué raro era aquello que había dicho Calme aquella vez: “Con la cuchara que coja, con ella comerá…”)


 

***
 
 
Del libro REVUELTO DE ISLEÑAS


FUNDACIÓN CANARIA MAPFRE GUANARTEME, 2010.


© De los relatos: Dolores De la Fe y Teresa Iturriaga Osa

© De las ilustraciones y portada: Sira Ascanio






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