Wednesday, April 20, 2011

DUETOS LITERARIOS

Reseña de Berbel sobre el libro Juego astral de Teresa Iturriaga Osa



Reseña de Teresa Iturriaga Osa sobre el libro Las mil y una de Berbel






Fotografía de las autoras en Las Palmas de Gran Canaria (Islas Canarias, España)




RESEÑA




JUEGO ASTRAL, de Teresa Iturriaga Osa. (Por Berbel).


Busco el espacio físico de la escritora Teresa Iturriaga Osa y el espacio físico es su espacio emocional. Lo encontramos desde su casa al mar de Las Canteras, hasta el último renglón de su escritura.



Se levanta temprano y de nueve a una se estira y trabaja (como sigue trabajando durante todo el día), deambula de la cocina al salón, se mueve por su geografía casera, fuma entre párrafo y párrafo, se pasea la casa, el cielo, el mar,… y se recrea mirando todo lo que la envuelve, piensa, reflexiona y escribe.



Se considera una “doña reliquias”, rodeada de conchas, caracolas marinas, fotos de familia y amigos, objetos y recuerdos de viajes, plumas, piedrecillas, libretas y papeles con anotaciones, objetos diversos que vinieron de París, Euskadi, Barcelona, Córdoba, Tenerife,… Su casa es un nido de pivotes donde amarran los barcos que van y vienen de su memoria; el noray grande, asidero de pasiones y de infinidad de actividades y recuerdos. Todo se confabula por unas extrañas sentencias cósmicas y hoy tenemos, cómplice y testigo y en nuestras manos su libro, Juego Astral.



Ocho relatos que se deslizan desde el primer relato “Yedra en vuelo” al último “Décrocher la Lune…”.



Relatos densos, equilibrados, redondos, pseudoaotobiográficos, estilo directo, primera persona (en algún relatos subyace la tercera), salpicados de elementos clásicos, dos dedicatorias (a José Manuel Caballero Bonald –la primera- y a Aníbal, príncipe cartaginés –la última-), maternidad, búsqueda, aventura, intriga, interesantes descripciones, relatos impecablemente realizados, toques de surrealismo y de realismo mágico, alguien que enseña, reflexiones, intra-textos, historias sonámbulas, ecos, recetario, enciclopedias, terminologías, glosario, simbolismo, cada cual hace el relato, ‘ella’ protagonista, viajes, género fantástico, ciencia-ficción, retahíla de elementos, algunos a modo epistolar, salpicados diálogos y elementos de escritura pseudo-automática.



Esto sería una especie de resumen si no fuera porque… ¡viajeros al tren!



Salpimentado el contexto y aderezado de las herramientas más precisas, Teresa Iturriaga Osa alza el vuelo. Escucha lector, ya tienes tu billete:



— ¿Desde qué contexto literario el “viaje” forma parte de la piel de la autora? ¿Desde qué tiempos y espacios? ¿Dónde su sensatez y su rabia hacen hatillo para cargarlo a sus espaldas y seguir el camino?



— “El tren caminaba lentamente hacia el sur”, “dulces paisajes trajinan entre lo que pudimos ser y ni fuimos”, “miro hacia atrás y te veo como alejándote en el ladrillo rojo de la estación”, “encallar en un arrecife”, “yo viajaba”, “rosario de aceitunas desgranado en el bolsillo de un agnóstico”, “autistas de un mundo rectilíneo y uniforme”, “valija diplomática”, “El puerto”, “entre África y Europa”, “mis travesías solitarias”, “en esta sesión de diván”, “Freud, Lacan y Michaux”, “regresión”, “la clave secreta para el jeroglífico coral”, “el orfebre silencioso nos acaricia los defectos y repuja sin descanso, una a una, cada perla del corazón”, “navega”, “se divisan a lo lejos desde mi atalaya sobre el mar”, “Inicio mi viaje entre el humo de un cigarrillo y navego sobre el mar de los recuerdos”.



— Málaga, la engendradora, la lleva desde sus raíces vascas a las islas mediterráneas de sus primeros años, de una infancia feliz de luz y mar. Colegio de monjas y años de lectura y parques, infancia-paraíso y universo de niña para jugar en la calle. Adolescente en el Euskadi de un Bilbao gris y oscuro y revueltas juveniles, inquietudes, emociones, reflexiones críticas. Su primera escritura a José Antonio Garmendia, aquel buen profesor y cura que esperaba los futuros escritos de su “monstruito”. Años de inquietud y búsqueda constante. Y madurez en Canarias. Todas sus islas son continentes y de continentes hace islas. La piel la lleva a tejer sus sueños, a llenarse los camarotes y trazar las rutas transgresoras, inquietas, apostando por futuros, arriesgándose en aprendizajes y batallas personales. ¿De dónde vienes y a dónde va?



— “Volverme cuerda del todo y eso sería mi muerte”, “soñaba con una vida después de tantas muertes”, “la nave de los héroes”, “el Arte de la Guerra durante toda mi vida”, “entro con mis barcos en tu silencio”, “nos vamos de viaje y sin maletas”, “mis átomos de agua”, “yo seré un espectro en esa casa de nostalgia”, “Mi corazón es un altar de soledad”, “Ella”, “se lanzó al océano de fotones, una zambullida astral”, “el juego que había aprendido de niña”, “atrás quedaba la apariencia”, “¿Será la llave del fondo del mar, castillo de Neptuno?”, “nos bañamos con él en la playa real”, “admiran tu castillo”, “escalera de Jacob”, “María Magdalena”, “Sacerdotisa de la Orden de los Esenios”.



— Ella viene de mil historias, reales y soñadas. Imágenes de la infancia que crecieron y apostaron por los mundos espirituales, personajes de luz, su relación con el filósofo Lanza del Vasto, Shantidas, discípulo de Gandhi, cartas llenas de amor y poesía escritas desde las Comunidades del Arca, cinco años de su vida muy intensos con inquietudes espirituales que la llevan a salirse de los linderos establecidos en busca de vivencias universales y experiencias personales distintas, vivir cada día y es esto, precisamente esto, lo que ha empezado a marcar su creatividad literaria. Filosofía y religiones, bancos en los parques como cárceles de verano, poemas a manos llenas, la sirena y el arpa de la plaza del museo, quince años de búsquedas y encuentros, curso de estética espiritual y que en la adolescencia se va gestando la personalidad fuerte y enérgica de nuestra autora, bien armada con toda la fortaleza que le proporciona la propia vida.



Teresa Iturriaga Osa se mece entre realidades, filosofías, ciencia-ficción, esoterismo, mundos exóticos, metafísica, profundidades, ironía, transgresiones, educación, cultura, inteligencia,…



— “Mi locura entre cuentos y fantasías sufíes sin nombre”, “Fátima de Samarcanda”, “escritora argelina”, “mujer… sufragista con la rabieta”, “rosario de aceitunas desgranado en el bolsillo de un agnóstico”, “Jardín de las Delicias”, “tratadista chino Sun Tzu”, “hay que tener amigos hasta en el cielo”, “de arriba somos y hacia arriba iremos”, “Los dioses se le acercarán y le tocarán…-Libro de los Muertos-”, “mi Valle del Nilo”, “Antes de que la meiga se consuma en el azúcar”, “falsos oráculos de Delfos”, “el lado inefable del mundo”, “bajaba las calles azules de la kasbah”, “el Paraíso de los Manzanos”, “Miriam de Magdala”, “Aorix”, “Merlín”, “monasterio bretón”, “nos bajamos del lienzo”, “los druidas utilizando la magia vegetal”, “chamanes, que pueden adoptar múltiples formas”, “me estoy divirtiendo tanto como –un- corsario”.



— Los temas en Teresa Iturriaga Osa giran en torno a la maternidad, la amistad, la muerte, el amor y lo sagrado. Fundamentada su obra en autores admirados que han marcado sus primeros pasos literarios y sus cimientos: Juan Gelman, Pablo Neruda, Pedro Salinas, Sor Juana Inés de la Cruz, Caballero Bonald, Miguel Hernández, por ejemplo. Sus pilares sin vacío referencial alguno. Sus padres literarios que no le permitirán estar huérfana. Así serán sus estudios (Filología y Traducción e Interpretación), los mejores vehículos a la hora de reconducir toda su creatividad.



— “Hija, a través de ti viajo”, “era el crepúsculo”, “En la mañana del juicio (…) te buscaré para conversar contigo”, “yo tenía que encontrarle”, “para encontrar su huella curva”, “yo no sé si resistiré quererte tanto”, “ya nos habremos ido y en el borde del paraíso sólo se oirá lejano un móvil”, “seguiremos buscando un estanque que recuerde el útero de una mujer fértil y buena”, “tú me enseñaste”, “me gusta tu pelo de guerrero celta”, “poetas mentirosos que nunca llegan a la hora”, “el día que lo vio partir a ultramar”, “su verdadero ser ya no estaba”, “Árbol de la Vida”, “El Arte sagrado de la unción”, “y la princesa con la que te has hecho un ovillo de rejos y de algas”, “el alma de un hombre cansado de sembrar desiertos”, “atardecer de Eliot”, “Amigo del alma”.



— Se mueve Teresa Iturriaga Osa a través de motivos puramente creativos y recreativos, la aventura lírica, la intriga existencial, resolución de circunstancias, hermosas descripciones,… así va resolviendo tramas y argumentos, y dejando que griten las palabras por ellas mismas. Así, si la poesía puede liberar la rabia, la literatura canaliza la propia vida. En nuestra autora, literatura y vida es lo mismo y eso le permite tocar todos los palos con la misma intensidad.



— “Y como yo aún creía en la palabra de apariencia lunar”, “Desde el hielo infinito”, “Ven a buscarme a l’Odéon”, “ya buscaremos el recipiente de barro”, “la vida cuerda en medio de un puente de bambú”, “viajaban solas por caminos ondulantes”, “el mundo del asfalto”, “los ejes magnéticos del Bósforo”, “terraza del café Maure”, “He bajado a tierra hoy”, “Notre-Dame, París, Francia, principios del siglo I d.C.”, “sus musas malditas”, “el malo de La Guerra de las Galaxias”, “demasiadas sales de Chanel en nuestras vidas”, “seres del inframundo en este paisaje de colores que se va apagando”, “mis grullas”, “ocaso silencioso”, “las alas de un cisne blanco”, “Príncipe de las mareas”.



Cantábrico, Mediterráneo y Atlántico son sus aguas, los líquidos que corren por sus venas y echa un pulso a los días, entre viajes y viajeros, Bruce Chatwin, Paul Theroux, Rebecca West y Ryszard Kapuscinski podrían ser sus cómplices, igual que las arenas de todas sus orillas.



Ha trazado las líneas precisas en su mapa, líneas rectas entre Bilbao, Tenerife y Las Palmas que guardan el ritmo justo del movimiento para ella imprescindible.



Hoy peso y mido sus palabras con las mías, y añado lo que ella marca entre renglones de carácter puramente literario y puramente existencial: “sigo la luz de las crines del caballo y la luciérnaga. Me esperan las ballenas”, “los reinos de lo invisible”, “cortar la realidad como rodajas”, “ella regresaba de su antigua casa frente al mar”, “los pasajeros del último cayuco”, “El escrito terminaba en punto y aparte”, “sólo estoy a un paso de mí misma”, “por la vereda de ajedrez que rige mi destino”.



Teresa Iturriaga Osa despega… ¡Suelten amarras!




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RESEÑA


Las mil y una (Dikrayát), de Berbel *






Por Teresa Iturriaga Osa



Después de la oración del alba, mientras nubes de oscuridad se enfrentaban a una ráfaga de enérgica luz, se convocó al visir Dandán a presentarse ante el sultán Shahriyar. Su aplomo se disipó y en su pecho palpitó su corazón de padre. Mientras se vestía balbuceó: “Ahora se cumplirá el destino, tu destino, Sherezade”.




(“Las noches de las mil y una noches”, Naguib Mahfuz)




Al igual que el Nobel de Literatura egipcio Naguib Mahfuz, tiene como punto de partida de su obra el relato de Las mil y una noches, Berbel comienza su poemario Las mil y una como un ajuste de cuentas con Sherezade. Esa mujer maravillosa y tantos otros personajes que poblaron nuestros armarios de niñas soñadoras de leyendas, hoy tienen que escuchar las razones de la autora -sin derecho a réplica-, convertida en una mujer madura que ya está de vuelta de muchas cosas y desmitifica al más pintado de los príncipes azules:


Ahora, después de cincuenta y tres años,


cuatro meses


y dieciséis días,


me sobrepongo.






Los años me sirven de coraza


y me hago la fuerte


con las gafas de sol.



En el poemario conviven varios elementos de la realidad con un tiempo imaginario donde la autora se confronta con el miedo, ese enemigo del ser humano que es la base de todos sus males: “¿No me tienes miedo?/ Ah, yo miro al miedo de frente,/ le hablo de tú a tú,/ y el pánico… me hace mandados”. La poética de Berbel es embajadora de libertad, busca un espacio y un tiempo de reflexión profunda que aproxime al lector a su propia conciencia: “Cuando me desperté/ ya mi conciencia se había levantado/ dos horas antes”. Su idiolecto obedece a un tono satírico, diríamos que hasta jocoso, un estilo canario mordaz, socarrón, inteligente y en proceso de extinción; pero esa docencia lúdica de la autora tiene como principal objetivo instruir al lector en una crítica social que guillotine de una vez por todas los iconos tradicionales del temor, los referentes que la cultura incrustó en nuestras mentes desde la más tierna infancia y que han ido socavando nuestra potencialidad creativa por pura inercia de manada. “¿Dónde estará la bailarina de mis sueños?/ ¿Esperando fundir su vida con la mía?”. Hay que recuperar el valor. La esperanza. Abrirle la jaula al lobo, negociar un buen destino con el genio de la lámpara y dejar de vivir del cuento.



La autora nos apunta directamente con el dedo: “¿Hace más daño el silencio que la mentira?”. Aquí y ahora, los personajes de los cuentos tradicionales -sus compañeros de juego legendarios: soldaditos, genios, pinochos, piratas- desfilan ante ella y le sirven de excusa para beberse a lametazos la vida. Las mil y una nos trae a la memoria del corazón a todos los amigos y amigas cómplices que se fueron y cuyas cenizas están disueltas en nosotros como el agua en el océano. Simbad, el Principito, Blancanieves, Cenicienta, Caperucita Roja, la abuelita y la madastra… Berbel sabe que no son figuritas de papel, están ahí en los recuerdos. Dikrayát de un tiempo que ahora recrea el lector con el libro, un canal más allá de lo sensible que nos sumerge en otra dimensión, giros en remolino hacia no se sabe dónde. Sus versos libres nos arrojan fuera de la escritura y extienden sus redes por encima, por debajo, tras las huellas de personas de carne y hueso.



En las matemáticas árabes, el número 1000 representa la infinidad conceptual, por tanto, el nombre "1001 noches" que apareció en la Edad Media expresaba la idea de un número transfinito. Esa huida de la lógica creó la superstición de que si alguien se atrevía a leer la colección entera, perdería la cordura. Correremos ese riesgo acompañando a Berbel en este careo de ladrones para quitarnos de encima los arquetipos, los disfraces de quienes no somos, que han invadido nuestros habitáculos más íntimos desde la niñez. Me viene a la memoria Gibran Khalil Gibran en El loco, donde relata cómo un hombre se volvió loco un día al despertar de un profundo sueño y descubrir que alguien le había robado todas sus máscaras. Entonces, salió corriendo por las calles, buscando a los culpables, mientras la gente lo increpaba; pero cuando alzó su cabeza y dejó que el sol le acariciara el rostro, se dio cuenta de que ya no quería máscaras y bendijo a los ladrones. Gracias a ellos, se había dado cuenta de que le impedían ver la vida bajo el sol, su auténtica existencia. Y en esa locura halló su libertad. Algo así ha hecho Berbel en Las mil y una con los personajes de los cuentos, pidiéndoles que se marcharan de paseo con sus trajes confeccionados a medida. A cierta edad, hay que dejarse de monsergas y besar al sol de tú a tú.



Parece que Berbel, a través de su alegato contra el miedo y la mentira, quisiera decirnos que las formas están cambiando hacia un futuro más abierto y que la palabra sigue ahí para configurar una nueva realidad conceptual, emocional, sin desequilibrios de género, raza, edad, condición social. Es hora de despertar del engaño y vivir alejada de las patologías de una ratita presumida. Y, como hijos e hijas de nuestra época, la autora nos incita al desafío de un entorno que hoy se abre a la creación de personajes más libres, porque aún “hay sastrecillos valientes que se salen con la suya”. Nada que temer. Habría que recuperar al mago -ausente de la vida cotidiana-, la escoba y la alfombra, vehículos de transporte de las alturas… Hemos hundido las metáforas que revelan la esencia de la imaginación: ¿dónde quedó el vuelo de la fantasía? Berbel denuncia la domesticación del mundo mágico que a duras penas subsiste en el fondo de los libros de cuentos.



No hay que perder la ilusión, aunque el dinosaurio de Augusto Monterroso no estuviera al despertar en Las mil y una: “Se había marchado./ En un cartel que colgaba/ del pomo de la puerta, rezaba:/ No molesten./ Ya se sabe, hay animales/ que se extinguieron/ en las heladas del olvido/ y otros que se quedaron en la historia/ por el calor del recuerdo”. Quizá los nuevos tiempos, los milagros del siglo XXI, nos abrirán unos ojos QR-code para descubrir que el dinosaurio todavía estaba allí.




* Las mil y una (Dikrayát), de Berbel, recibió el XIII Premio Internacional de Poesía Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, 2005.

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