PALABRA DE GOURMET
Teresa Iturriaga Osa
Próximamente
Ed. La vocal de lis, Barcelona, 2021.
"They run as fast as they can. A gasp at the cost of effort. Other fall and no longer stand. Some, more resistant, sing a song to give encouragement. She says, do not let your head like one that has been vanquished. She says, wake up, come on, the struggle is long, the fight is difficult. Then they shout with all their strength to show their enthusiasm. "(Monique Wittig, The Guerrillas).
¡UNA
DE ALIOLI!
Y sírveme otra copa de eso que tienes ahí,
de ese licor añejo que en la etiqueta pone “Vida”.
Sabíamos que, al salir del aeropuerto, la mesa en el restaurante de Las Coloradas tenía que estar reservada. Eran demasiados meses sin probar aquel sabor delicioso del pan con matalauva y el alioli que nos ponían de entrante desde que las niñas eran pequeñas. Una tarrina duraba muy poco, se acababa en segundos. Y es que una familia vasca sin apetito es como una playa sin arena, algo inconcebible. Doy fe. El caso es que aquel bautismo sensorial se había convertido en un dogma de fe, una religión cuyos preceptos seguíamos a rajatabla cada vez que nuestras hijas llegaban de visita. Su hambre de alioli era tan voraz que ya les habían contagiado esa pasión a sus compañeros de vida, adictos sin remedio a los mojos y salsas canarias. Por eso, nada más sentarnos a la mesa, Estefanía gritaba muy alto la comanda de cocina: ¡Una de alioli! ¡Que ya están aquí! Toda una ración para bañarse en ella.
Era
octubre, habían venido a celebrar mi cumpleaños como mandaba la tradición. La
terraza estaba repleta de comensales, el aire estaba limpio, el salitre del
océano inundaba el nivel del alma. Una sensación de placer nos confundía de
piel, atravesando las barreras de las otras personas. No solo podían oírse
nuestras voces, sino también las suyas, nítidas, flexibles, libres de peligro.
Cuando esto sucedía, el tiempo de ausencia se llenaba de presencia. Qué
felicidad. Fuera de la ciudad, tras largas jornadas de viaje, como en épocas
anteriores, el alboroto se hacía fiesta en el caravasar. Era hora de comer y de
brindar. Primero pedíamos las lapas a la plancha, los calamares saharianos, las
papas arrugadas con mojo y los berberechos salteados. Después, le tocaba el
turno al agriote, la merluza salvaje
del Atlántico. Una delicia de sabor. Poníamos los ojos en blanco. Todo regado
con vino canario. Y cuando llegaban los bombones helados de La Peña la Vieja,
empezaba lo mejor, con el café, los mojitos y el limoncello. Practicábamos el juego de echarnos un pulso, un rito
ancestral. Madre y padre con hijas, yernos con suegros, hermana con hermana,
cuñado con cuñado y cuñada… era muy divertido. Un jolgorio de arengas y risas
se hacía espacio sobre la mesa de apuestas familiares.
Aquel
día, entre pulso y pulso, María fue al servicio y detuvimos la contienda unos
minutos para descansar, pero al regresar, se percató de que había olvidado sus
flamantes gafas de sol en el lavabo. No se sabe cómo pudo suceder, pero no
estaban allí, desaparecieron por arte
de magia, un robo a plena luz del día. Fue la movilización general: Andrea y
Matthieu removieron Magazzini con Brocéliande para dar con ellas, Maite iba
levantando discretamente los manteles y miraba por el suelo, mientras nosotros
rastreábamos los gestos de los clientes que entraban y salían del local. Fue
inútil volver a revisar minuciosamente el baño de señoras y dar noticia de la
pérdida a las camareras del salón interior. Nadie las había visto. Unas gafas
de sol de marca Swarovski no podían pasar desapercibidas; sin duda,
alguien las había cogido. María estaba segura de que la joven que coincidió con
ella en los aseos se las había quedado. Era una sensación muy justificada por
su forma de bajar la mirada cuando se acercó a su mesa a preguntarle. No dejaba
de ser curioso que ella y sus amigos no tardaran ni cinco minutos en pedir la
cuenta, levantarse y salir corriendo del lugar. Y en medio de aquel teatro, con
la desfachatez de su cara de inocencia, la muy hipócrita se acercó a nuestra
mesa para despedirse y desearnos éxito en las pesquisas. Entonces, se acabó el
paripé. Había traspasado el límite de la paciencia. María la miró fijamente.
–¿Quieres un
pulso? –espetó.
–¿Cómo dices? –le respondió
la ladrona.
–Digo que
vayas sacando las gafas del bolso.
–¿Pero… mira?,
¿pero tú de qué vas, enterada? –tartamudeaba de ira.
–Mira... mira…
toleta… Yo ya no tengo edad para ser Blancanieves... que a fuerza
de madrastras y de enanos, he hecho músculo, y ahora.... te puedo. Dame mis
gafas y piérdete –pronunciaba aquellas palabras con tanta firmeza que se oyeron
por toda la terraza, ante la audiencia de un público expectante.
Y, por supuesto, se perdió, y con ella, las gafas. Nunca aparecieron, pero alguien aprendió la lección. Eso seguro. Quién sabe si la loca y sus secuaces las lanzaron rabiosamente desde su coche hacia El Confital y las recogió algún peregrino sediento de sombra para ayudarle en su camino. El cosmos suele equilibrar el caos con su fluir ondulante. Tiempo al tiempo. Mientras tanto, abre el ojo y desparrama la vista.
La esfinge biónica
Teresa Iturriaga Osa
He bajado a tierra hoy, 15 de octubre de
2120. Creo que este ciberespacio es perfecto para descansar de mis travesías
solitarias. Quizá sea la tierra de la que me habló Aorix en aquella sesión de
óleos sagrados: Avalon, la isla
mágica del Rey Arturo. “Ramas plateadas de un manzano de flores blancas, los
pájaros te guiarán, serán el símbolo de tu inmortalidad”. Pero no he hallado
más que destrucción ecológica, basura cósmica y ningún Árbol de la Vida… Y de
mi pasado, mi memoria sólo conserva una imagen: yo tallaba en la piedra lo que
la piedra ya había visto antes que mis ojos. Pero necesito recordar más
cerca... Pido telepáticamente un cambio de chip
con más estimulación transcraneal.
Soy traductora, siglo XX, año 1998. Recibo un e-mail de una institución de Bretaña invitándome a colaborar como intérprete de Aorix, un monje ortodoxo que imparte conferencias sobre El Arte sagrado de la unción. Me seduce la idea. Hay algo entre místico y erótico en ese juego de palabras: aceites sagrados… ¿Nos hablará del Bosque de Brocéliande, donde Merlín vive con Viviana? Tengo miedo, quizá no esté a la altura. Dudo entre lo real y lo falso mientras observo los dos cuadros de la pared en mi despacho. En efecto, son casi idénticos, como la foto y su negativo. El bodegón de la derecha brilla con blancos y verdes de tono pálido, forman figuras de pájaros con picos abiertos, como crías piando a su madre desde una taza de leche. La jarra de agua no se mueve, ni se inmuta, bajo esa elegancia de quien se sabe que necesaria para la vida. Sin embargo, el lienzo de la izquierda es un espectro que surge de la taza de leche, que ya no es taza, y, ni por asomo, quiere ser leche. De repente, como por arte de encantamiento, los pájaros han descendido hasta el passe-partout y amenazan con invadir mi mesa con sus rejos amarillos y ahogarme desde el ordenador, atada a la silla azul...
Aorix me ha citado en el Café La Lune. Me ha llamado por teléfono para que busque varios pasajes de la Biblia: el capítulo de la escalera de Jacob (Gén. 28, 12), y también la escena de María Magdalena donde derrama perfume de nardo sobre la cabeza de Jesús (Mc. 14, 3-9). Al leerlas, me pregunto cómo se las habría ingeniado para irrumpir en aquel banquete. Nunca creí que fuera una prostituta. Investigo y confirmo mis sospechas. Sacerdotisa de La Orden de los Esenios, había sido iniciada en los rituales esotéricos de la polaridad femenina. Amaba en cuerpo y alma a un hombre cansado de sembrar desiertos. Miriam de Magdala, la maga de Betania, no fue una mujer pecadora, sino la única persona que podía darle la extremaunción antes de su sepultura... ¿Quién se atrevería a tocarlo sino ella?
He conseguido libros de plantas medicinales en francés: muérdago, brezo, roble, acebo. He pedido un café, fumo y pienso en la ignorancia de las gentes. Imposible adivinar que a su lado va a asentarse Aorix, un descendiente del druida Merlín con poderes extraordinarios, capaces de anular su consciente y transformarles física y psíquicamente. Ocurre igual con los chamanes, que pueden adoptar múltiples formas, desde lechuzas, grullas, águilas... hasta apariencias humanas irreconocibles. Pero dejemos eso ahora. Ese hombre camina hacia mi mesa con su mirada clavada en la mía. ¿Quién eres? ¿Por qué me miras así? No sigas... Me haces daño. Este semidiós se me antoja demasiado atractivo en todos los sentidos. Un peligro. Me está volviendo loca por momentos. Cierra los ojos como un gato que me acecha. Prístino en su gran sabiduría, ahora me habla del puente sagrado, del tránsito al mundo astral con psicofármacos. Me muero por volar contigo, un paseo por los planos de mi conciencia es todo un desafío.
Estoy
mirando el puente, con su procesión de hormigas, orugas y cucarachas humanas.
Ya no veo más que seres del inframundo en el espejismo. Cada vez tengo menos
fuerza en la mano que escribe notas con un pulso mortecino. No me gusta nada la
sensación de rigidez que siento en las piernas. Todo es muy difuso. Aquí pasa
algo raro... Aorix me está subiendo a un coche y me da algo de beber. Parece
vino. Leo en la botella las palabras Lacryma-Christi. Me susurra al oído: “Me
entiendes demasiado bien y has entrado en mi campo magnético, en la esfera de
mi deseo, una vibración de la que ya no podrás escapar. Te será muy difícil
huir de la espiral copulatoria de mis fotones, te buscan frenéticos, ma chérie”. Mira que lo sabía: nunca dejar que nadie te absorba el aura, nunca
mirar de frente a los ojos, nunca dejar que te impongan las manos. Siempre tan
lista, siempre tan tonta, pero al final… decido marcharme. ¡Uno, dos, tres!
Salgo.
Tampoco en esta sesión de
terapia he podido llegar al origen de mi psicosis afectiva. Siglo I, Siglo
XIII, siglo XX… y ya no sé por dónde comenzará la próxima vez mi bioneurólogo
con sus técnicas de exploración artificial. Quizá en la siguiente regresión
surja algún signo revelador, alguna señal del interfaz. Es desesperante. Tengo
un rostro y un cuerpo de diseño perfecto con wearables, múltiples
injertos antiedad y órganos fabricados con biomateriales en impresoras 3D, sin
embargo, mi cerebro interno sufre un grave trastorno. No siempre me funciona el
acceso al canal bidireccional de comunicación fluida con las máquinas. Por eso
acudo a esta consulta mensualmente para revisar mi implante cerebral,
pero no mejoro ni asistida
por control remoto. Así que antes de desconectarme, escribiré
directamente con el cerebro y usaré el ratón mental para controlar mis
dispositivos de medición,
a ver si me responden. Aunque esta vez algo me dice que debería cerciorarme de
mi seguridad… No vaya a ser que el androide que ahora me lee el pensamiento resulte ser un cibercriminal y bajo mi estado de nanohipnosis se aproveche de la situación... Estoy viendo que tiene
la misma mancha en el cuello que Aorix...
Antología de relatos “2120”
VV.AA. MAR Editor, Madrid, 2021.