Mujeres de ayer y hoy
por Teresa Iturriaga Osa
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Leer en la Playa de Las Canteras
es placentero también en las tardes de verano. Parece que el Atlántico aviva las
neuronas y se ven mejor las cosas, aunque la humedad vaya destrozándole a una,
poco a poco, la garganta, le duelan las articulaciones, y el salitre vaya
achicándole la piel. Pasan los estíos por el alma y nos merecemos cada vez más
el tiempo de un café. El libro y yo. Yo y el libro. Nosotros. Me siento en el
paseo frente al mar. Es ferragosto y es la rama robada, el hijo, la ausencia, el
cóndor, la infinita, la noche en la isla, el viento en la isla, la pregunta en
la isla, el daño, el sueño, la muerta, el amor del soldado. Y hoy quisiera
compartir un descubrimiento, invitándoles a la lectura de un libro que me llegó
inesperadamente a las manos y que muestra la realidad de la mujer canaria de
ayer: Mujeres, de Bárbara Hernández.
A las personas que nos
gusta investigar, como el impertinente Jaimito que se pasa el día preguntando
por las cosas y su porqué, no deja de sorprendernos la historia de la cultura,
es curioso que el pasado siga aún latente en muchas esquinas mohínas de nuestra
sociedad. Desde luego, en Canarias, los mayores conocen bien ese ayer, pero no
ocurre así con los jóvenes, de manera que es bueno que hagamos periódicamente un
ejercicio de estiramiento cerebral con dosis de lectura y memoria como medicina
preventiva para enfermedades congénitas. Por si acaso a aquellos rejos de
calamar se les ocurre sacudirse el letargo y salir a dar un paseo disfrazados de
modernos. Nunca se sabe. Informarnos del ayer es volver a recordar lo que se
resignaron, ignoraron y sufrieron muchas de esas mujeres canarias que aparecen
en las fotos antiguas y, desgraciadamente, no tan antiguas. Se trata de un libro
sólo apto para mayores de edad, en otras palabras, que hay que leer con frescura
y sin resentimiento. Es formativo, no destructivo, entiéndanme. Tampoco va de
feminismo ni de machismo, es esencialmente antropológico, desde mi parecer. Y
optimista, porque, sin duda, les ayudará a mirar hacia delante con más fuerza
que nunca y a respirar a pleno pulmón el aire de este mar, felices de haber
nacido en los días de la invención del bikini y del tanga.
El libro sintetiza todo el
universo de la mujer canaria desde finales del XIX hasta mediados del XX (1850-
1940). Subraya la autora que, para la mujer de aquella época, lo primero era la
familia: “A principios de siglo, el doctor Bethencourt Afonso, en una reseña
sobre la consideración de la mujer en estas fechas, señala que es ella la que
lleva la voz cantante en los asuntos de familia. Nada se hace sin su
consentimiento o su beneplácito”. Sin embargo, en el mismo capítulo, a esta
consideración se le añade “un pequeño detalle”, y es que no se excluían, en
muchas ocasiones, las palizas y otros hábitos matrimoniales de signo negativo
que también formaban parte de la tradición.
Seguimos avanzando en la
lectura donde la autora hace un recorrido acompañado de fotografías por los
momentos clave de la vida social de la mujer: matrimonio, divorcio, etc. Tengo
que confesar que, para mi mentalidad, es alucinante observar que el adulterio
femenino escaseaba en aquellos años, pero, en cambio, eran muy frecuentes los
masculinos. Sin comentario. Y fíjense en esto, en lo que se escribía de la vida
de aquellas mujeres de entonces... Por ejemplo, en un artículo titulado “La
manigua de La Isleta”, en 1932, el cronista Hurtado de Mendoza afirmaba que la
mujer obrera del barrio grancanario de La Isleta paría hijos constantemente y
sólo acudía al médico en contadas ocasiones por costarle 8 pesetas, justamente
“lo que se gastan las mujeres burguesas en medias o en jabón”. Y sigo leyendo.
El cronista añadía con una lucidez de hombre del siglo XXI que “el matrimonio es
el RIP en la vida de una mujer”. También se habla en el libro de la dote con la
que una mujer llegaba al matrimonio, que consistía en muebles, o bien, en la
ropa de la casa, o que, por ejemplo, los gastos de la celebración en la iglesia
eran costeados por los padrinos, y estos eran elegidos por los novios. En el
libro, no hay que perderse tampoco la fotografía de un joven hablando desde la
calle con una chica asomada a su ventana, se titula “Enamorando”. Eran tiempos
de “cortejo”, algo que a los jóvenes de hoy les debe de sonar a
chino...
Bien, seguimos. Avanzo en
la lectura y el libro se va poniendo cada vez más interesante. Se trata el tema
de los partos, los hijos naturales, las comadronas, etc. Sin embargo, lo mejor
llega hacia la página 12, donde se nos explica esa costumbre marital que se
llamaba “el zorrocloco”: “Según la tradición, el marido de una mujer recién
parida, una vez levantada ésta, se acostaba y recibía a las visitas y sus
presentes, especialmente alimenticios (caldos de gallina, vino, dulces, etc.)”.
Aquí es para llorar o para explotarse de risa... Para que luego digan
que las flores no caminan y yo veo aquí una caminando (uno de los piropos más
bonitos que me han dicho, al pasar al lado de un grupo de mendigos). Puro surrealismo. Créanselo.
El libro también trata de
la educación de las niñas, ya que los conceptos de la educación y el trabajo
eran diferentes según el sexo. El texto se acompaña de fotografías y,
especialmente, destaca una imagen que recoge a un grupo de niñas a la salida de
la escuela en la calle de Triana. Se les ve muy felices. También se va
explorando el mundo del ocio femenino de la época, diferenciado por sexos y
clases sociales: “En lo que respecta al ocio de las mujeres canarias, tanto en
el tiempo que se le dedica como las actividades que se realizan, están
perfectamente diferenciados los sexos; igualmente, aparecen marcadas las
distancias entre las mujeres del campo y la ciudad y, aquí, entre las burguesas
y las obreras”.
En cuanto a las fiestas,
ya casi al final del libro, aparece una imagen muy ilustrativa de la
participación de la mujer en las celebraciones: “Desde la ventana”. Una imagen
vale aquí más que mil palabras. Ustedes dirán. En la página 57, una fotografía
muestra cómo las chicas se divertían los domingos en la plaza, ya que ese
espacio suponía para las chicas su único tiempo de diversión. También se
describen las nuevas formas sociales de las mujeres que, una vez casadas, debían
comportarse con cierta distancia en público. Las buenas formas del matrimonio. A
partir de ahí, prohibido todo desmán. Es interesante comprobar cómo se criticaba
a las mujeres inglesas por la manera de saludar y despedir con un beso a sus
compañeros masculinos en el Metropole. ¿He leído bien? ¿Ni un
beso?
Asimismo, se van
describiendo cuáles eran las verdaderas expectativas de una mujer en aquellos
años. En general, no se deseaba nada más que casarse y tener una familia.
También se relatan las normas sociales del cortejo, es decir, las entradas y
salidas del novio en la casa de la novia. Muy divertido aquel sistema de
vigilancia y control...
Entramos en el mundo de la
ropa femenina, especialmente, en la mantilla como el símbolo de la mujer
canaria: “La prenda femenina más importante y característica de la vestimenta
tradicional, especialmente en Gran Canaria, es la mantilla canaria. Durante los
siglos XVIII y XIX, los colores utilizados eran el negro, blanco y rojo, aunque
según las localidades destacan el azul y el verde”. Estos complementos fueron
evolucionando y a la mantilla se le añadió el sombrero, posteriormente, sus
colores fueron sólo dos: “blanca (cruda) para las jóvenes y negra para el luto”.
Su valor de atuendo cotidiano se fue reduciendo hasta que adquirió un
significado meramente religioso: “Entrado el siglo XX, el uso de la mantilla se
reduce a la prenda para asistir a misa que se lleva con un alfiler bajo el
mentón o sin nada”.
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Y, para terminar, hay que
resaltar la fotografía de unas señoritas participando en una fiesta en carrozas,
reinas por un día.
En fin, vale la pena
que le echen un vistazo al libro Mujeres, de Bárbara Hernández; es muy instructivo y
silenciosamente elocuente y alentador. ¿Qué les parece? Visto lo visto, han
cambiado mucho las cosas en este lado del mundo y lo que tienen que cambiar
aún... para que de verdad se cumpla esa igualdad entre todos los seres humanos
de cualquier sexo y condición. En ese sentido, cualquier tiempo pasado nunca fue
mejor. Y no, no siento ninguna nostalgia por aquel pasado de mujeres enfundadas
en color sepia. Las mujeres de hoy sabemos que hay cosas que no se venden. Ya
no. Por ejemplo, la libertad. Por ejemplo, la vida. Vida, en ti vacilo, caigo y
me levanto ardiendo. Eso me lo enseñó Neruda. Un beso.
Fotos actuales / Teresa Iturriaga Osa
Las Palmas de Gran Canaria
Las Palmas de Gran Canaria