Friday, January 13, 2012

UNA SIRENA EN EL JARDÍN

DESVELOS

Contra la Violencia de Género

Autora de la colección: Teresa Iturriaga Osa

Ilustradora: Sira Ascanio

A continuación: 7º relato



Una sirena en el jardín



Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!
Hacedla florecer en el poema;

Sólo para nosotros
Viven todas las cosas bajo el Sol.
El Poeta es un pequeño Dios.


(Vicente Huidobro, El espejo del agua)



 
Rosa soñaba siempre con despertar en la orilla de una playa, era su espacio de fantasía para alimentarse de ilusión y llenar su vida de coraje. Paseaba por la arena al amanecer, entre los colores magenta y púrpura del cielo, cuando anunciaba su llegada el sol con sus primeros rayos. Entre brumas, apenas se distinguían las formas del paisaje y allí sentada al borde de un pequeño muelle de hormigón, con los pies cerca del agua, soñaba con ser una sirena nadando en el mar. Nadaba y nadaba, libre en su inmersión bajo los arrecifes de coral, el jardín de agua de su infancia, donde los peces la rodeaban con sus colores brillantes, protegiendo sus escamas entre sábanas de luz. Pero aquel día, en medio del sueño, sumergida en sus recuerdos, un golpe de realidad le hizo darse cuenta del peligro al que estaba expuesta. Había un fuerte oleaje y no tenía dónde sujetarse, la barandilla no existía. Entonces, sin aviso, apareció una gran ola que la lanzó al agua. Una fuerte bofetada y un frío intenso le cubrieron el cuerpo y el alma. No sabía nadar. Pataleaba a conciencia, aun sabiendo que de nada le serviría esforzarse, hundiéndose hacia el fondo, inexorablemente, sin esperanza.

Quién sabe cuánto tiempo duró aquella bajada a los infiernos, ni tampoco nadie podría asegurar la dimensión desde dónde vivió Rosa su experiencia de muerte, no obstante, quedó registrada en su mente la intensidad de una luz potente que la condujo fuera del abismo. Así fue como los servicios sanitarios relataron su rescate, al recobrar ella el sentido. Un foco la atrajo hacia la superficie cuando ella viajaba hacia la oscuridad, mientras pasaban por su mente todos los buenos momentos vividos con su familia y amigos, razones suficientes para luchar y escapar de ese final, pero al límite de su valor, le invadió el desánimo cuando recordó el sufrimiento de su vida en pareja. En cuestión de segundos, tenía que decidir si merecía la pena morir o vivir. Y así fue. Sacó fuerzas de flaqueza y aceptó el reto de la vida, se dijo a sí misma que lo volvería a intentar y alguien la escuchó. Ella sólo recordaba haber firmado un pacto con la vida antes de perder el conocimiento, a punto de morir ahogada. El resto, que se lo pregunten a los guardianes del amanecer.

La prensa local se hizo eco del suceso. Rosa fue rescatada en la orilla de la playa. Allí abrió los ojos para sonreír a un joven que le aplicaba la mascarilla de oxígeno y le apretaba la mano con cariño. Después, se durmió durante hasta que despertó en el hospital. Pasaron los días y Rosa fue recuperándose. Atrás había quedado el tiempo de la soledad, el rencor y el odio. Ella era una mujer nueva que quería superar la situación de maltrato a la que se había visto sometida durante años.

Rosa hizo un trabajo interior importante y dejó a su pareja. En su casa, su familia la acogió con todo el cariño del mundo y así, poco a poco, después de un largo período de depresión, fue saliendo del enganche emocional. Por medio de su hermana, accedió a un chat de internet en el que conoció a un chico que era diseñador gráfico y aficionado a la fotografía. Él le mostró su trabajo en una página web y a Rosa le encantó. Aquello le abrió al mundo de la creatividad y afloraron en ella nuevas ideas. De ahí nació en proyecto “Rosas sin jardín”, una exposición fotográfica con ánimo de sensibilizar al público sobre la violencia de género y la posibilidad de escapar de aquella situación.

No quería recordar el ayer con sufrimiento, de manera que se puso manos a la obra y en su mente fue construyendo un proyecto llena de ilusión. Tenía que ayudar a otras mujeres a salir del infierno. También tenía muy claro que había que concienciar a toda la sociedad, sensibilizar a través de campañas de todo tipo contra la violencia de género, a veces, el silencio colectivo es más culpable que el propio agresor. Insistía siempre sobre ello en sus largas conversaciones con su amiga Judith, a la que había conocido hacía unos meses en una actividad organizada por el área de Servicios Sociales del Cabildo.

Las gentes siguen preguntándose por qué aguantamos situaciones de malos tratos –le explicaba a su amiga.

Es que a primera vista parece fácil cortar con el maltratador, pero las relaciones emocionales son muy complejas y sutiles. Van tejiéndose redes invisibles en la pareja que no sabemos muy bien cuál es el alcance, la profundidad de calado de un ser humano en el otro –Judith sabía que nada era blanco ni negro por propia experiencia.

Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra…

Lo sé. Quien más quien menos sabe lo que duele un desamor… y las heridas que deja.

“Rosas sin jardín” era un desafío para Rosa. No sería fácil para ella enfrentarse a los recuerdos. La memoria es un inmenso océano donde las lágrimas se vierten hasta que un día la tempestad las agita y las devuelve violentamente a la costa. Remover el pasado es una batalla contra las olas para la que hay que estar preparado. Por eso, Rosa se entrenó para el dolor y le propuso al fotógrafo que ella sería su modelo. También le advirtió que ningún interés personal debería moverles en el proyecto, porque éste iba a gestionarse sin ánimo de lucro y en beneficio de las mujeres víctimas de la violencia de género. Rosa sabía que era muy delicado todo lo que allí iba a exponerse, teniendo en cuenta que ella iba a contar parte de su vida en aquel testimonio gráfico.

-Él accedió y conseguimos hacer un trabajo que a mí, personalmente, me costó mucho. Las lágrimas, mis caras de pánico, son reales… son mis recuerdos… -le confesaba a Judith.

El trabajo fue un éxito gracias a que Rosa también desarrolló su profesión como estilista, tanto en vestuario como en maquillaje. Detalle a detalle, ella fue elaborando los guiones para las tomas de cada escena. El cartel de la exposición rezaba así:

 
25 de Noviembre
Día Internacional de Lucha contra la Violencia de Género



Por todas aquellas que lo han sufrido…
déjame abrazar el aire y sentir, sin miedo a que me arrastre el viento
deja aferrarme a la tierra y crecer sin que se torne en cemento
déjame brillar bajo la luna y reír sin que me apaguen el cielo
deja impregnarme de caricias la piel sin que me ahoguen dedos de acero

Si nací rosa, ¿por qué mis sueños se han cubierto de heridas?
si nací rosa, ¿por qué es a mí a quién desgarran las espinas?
si nací rosa, ¿por qué? si sólo esperaba la vida.









Aquella tarde, Judith acudió muy emocionada a la sala de exposiciones. Abrazó a Rosa, la felicitó orgullosa de ser su amiga y le agradeció su valentía. Mujeres como Rosa eran iconos vitales, un ejemplo de coraje ante la adversidad. Merecía la pena trabajar en Servicios Sociales con resultados como aquellos. Para Judith la vida tenía sentido. De regreso hacia su casa, fue cruzando la calle Triana con parsimonia de sultana, disfrutando cada paso, cada escaparate, cada mirada... no sabía cómo, pero el testimonio gráfico de “Rosas sin jardín” le había hecho sentirse muy bien en su piel. Antes de dirigirse al parking, recordó que le faltaba embutido y queso para la cena, así que entró en el supermercado movida por el deber de la despensa. No tardó nada en salir, aunque en la puerta se topó con un atasco de gentes agolpándose en palabras, empujones y ganas de volar. Las imágenes de Rosa le habían dado energía suficiente como para ascender sobre la isla, darle la vuelta un par de veces y lanzarse en paracaídas. Así logró escabullirse sin dificultad por el hueco del contenedor, pero… en la boca del túnel humano, un joven la detuvo con la mirada.

¿Mmm… la calle?

Sí, dime, dime.

La calle… Qué guapa estás, ¿dónde está?

        Judith solo pudo soltar una carcajada, se dio la media vuelta con cara de milagro y se quedó con la sonrisa puesta hasta el anochecer.

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