Saturday, May 2, 2015


Ese vicio del carmín

Teresa Iturriaga Osa
 



        Esmeralda esperó todo el día a la luciérnaga que agujerea la distancia y convierte en guitarra las cuerdas de los universos paralelos. Pero la tarde magenta de un clochard cayó de bruces sobre su alféizar y, tirando de la cisterna, vio bajar aguas amargas por el Sena, riadas que arrastran las carrozas de la ira.

        Hasta su alcoba vino un brote de carmín a pintarle los labios de barro, le empolvó un aire pálido, viciado de arena y ceniza. Hermosa en su pena, dio media vuelta de tacón, giró en velo de encaje, abanico, crótalos, castañuelas, y salió a buscar espejos por las calles. Una avenida de esclavos pasó a su lado, apuró su paso de gitana, corría, corría en ese libre irse en que ella ardía, atrás docenas de cartas, la prensa del día en su saliva desposada.

        ¡Eh!, ¡eh!, ¡esperadme! Se subió al quicio de una espalda y agarró los globos de los niños, las nubes intercambiaron sonrisas con los pedazos de su falda. Y ya cumplida, sin entretenerse, gata en tránsito de luna, alucinógena, estúpida, absurda, insensata, agitó su pañuelo, pidió dos vasos de tinta, ocaso, asterisco y búcaro al poeta. Y con él se fue al cielo en cuclillas a parir a su último hijo.
 

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