El girasol
Es una red verde
y a la vez es hoja
y, sin embargo, inmóvil.
Sólo el viento abre su volumen
de serenidad.
Yo la oigo.
Apenas un murmullo
de seres urbanos,
giran la cabeza
por el Boulevard, excitan sus tacones,
ellas,
aplastan sus deseos,
ellos.
Y, mientras, el anochecer
se engalana
pausado,
presume de novia
con su flor
en el ojal
de la chaqueta.
Estallan las nubes en sus franjas,
y hay un brillo descortés
en el cofre oscuro del horizonte.
Flota la bruma del día,
celosa de las olas, espuma
que no ceja
en su empeño
por simular
el vuelo de las aves.
Sin éxito.
Nada puede la prisa del estío.
Nada.
Deben llegar las horas
al sonar de las campanas
arrebatadamente fértiles de ocaso
y libres de nostalgia,
de rencor.
A espaldas de la playa,
yo me abrazo al ruido
de un tambor.
Llega despojándose de arena.
Llega a mis pies,
chirría la infancia de una joven
que pasa.
Susurra...
Somos...
Somos la red verde
y a la vez hoja
y, sin embargo, inmóvil.
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