Saturday, March 24, 2012

COLECCIÓN DE RELATOS


LA NÁUFRAGA


Susana Guzner



12 de marzo

Esta mañana mi rutina marinera se ve alterada por un suceso substancial: rescato, acatando las leyes del mar, a una náufraga semiinconsciente en su precaria balsa de troncos.

A la luz del alba efectúo la maniobra de aproximación, desciendo por la escalerilla de cuerdas, amarro bien amarrada a la desdichada con una sirga y vuelta arriba la izo cual un fardo de mercancía depositándola en cubierta. La arropo con mantas multicolores de lana basta. Aún no ha despertado de su letargo y sólo sé que es mujer, que no lleva ropas ni identificación alguna y que le supongo unos treinta años. Está desfallecida y cada tanto exprimo sobre sus labios un algodón humedecido en agua azucarada pero no la traga. De algo servirá, no obstante. Está completamente deshidratada.

Sujeto su balsa a popa y la llevo de remolque. Es de su propiedad y no quiero abandonarla en medio de la nada azul.



22 de marzo

En estos diez días que han transcurrido desde que Erika –o Irene, o Tammy, cuando se refiere a sí misma cambia frecuentemente de nombre…- es mi huésped a todos los efectos. Al principio le cedí mi estrecha litera hasta su total recuperación y dormí al raso acunada por la bonanza del clima. Pero desde hace unos días, acunada por la bonanza de los deseos, compartimos mi escueto lecho. Tiene un cuerpo sólido, como de raíz de olmo, los huecos de sus clavículas deliciosamente diseñados para depositar besos y mordisquillos. No estoy enamorada, se lo digo y reitero, pero ella sí. Pregona su pasión a toda hora y lloriquea con frecuencia por la desdichada falta de correspondencia. En rigor, sus enormes ojos negros siempre están húmedos, como si fuera a llorar o acabara de hacerlo.

Por eso la he bautizado “Charquito”.

Habla poco, midiendo sus ademanes, economizando energía, brazos y manos de movimientos cortos y precisos cual si retocara en el aire una escultura inacabable. No la interrogo sobre su vida, lo que se de ella es lo que ha querido contarme. Se lanzó a la mar huyendo de su amante, una mujer violenta, de las que zanjan una discusión con el grito en alto y la mano abofeteando. Pobre “Charquito”, imagino la situación, ella tan frágil esquivando las iras de una desquiciada.

A escondidas construyó su rústica embarcación y a escondidas también huyó en la ocasión propicia. Cuando me cuenta esto la abrazo con ternura y solloza sobre mi hombro, mansa y suspirante. Después de todo, ambas somos náufragas navegando el mar de los amores rotos.



2 de abril

Desarrollo la actividad cotidiana con mi buena predisposición de costumbre. Mantengo mi barco a punto, friego palos y cubierta, preparo la comida, remiendo algún descosido, canto canciones que aún recuerdo de otros puertos y otras mujeres acompañándome de mi vieja guitarra, gozo el mar y gozo con Tammy. O Charquito.

Ella no hace nada. Pasa la mayor parte del día encerrada en el camarote, supongo que meditando, o reponiéndose, o recitando poemas mudos. Come, sin embargo, con gran apetito, y he tenido que aprender su dieta a marchas forzadas, es en extremo cuidadosa con los alimentos que ingiere. Mi barco no es precisamente una tienda de gourmets y hago milagros para complacer sus exigencias culinarias.

Por fortuna saborea con placer el pescado, y puesto que estos días varios cardúmenes se han acercado por estribor me apresuro a lanzar la red a toda hora y abastecerme de doradas, merluzas y hasta de peces espada de pequeño tamaño.

Poco a poco me apercibo que es mentirosa ¿Por qué lo digo? Porque las raras veces que se abre a la confidencia cambia las versiones sobre un mismo tema ¿Embustera o fantasiosa? Puede que esto último: a fuerza de inventar otorga dogma de verdad a los productos de su imaginería. Dudo incluso de la existencia de esa presunta y violenta amante, Erika es poco sumisa, pero no la desdigo. Puesto que no la amo al punto de apoderarme de su pasado y codiciar su futuro doy por buenas las exhibiciones de saltimbanqui de su veleidosa memoria. Sí me intriga sobremanera una suerte de talismán del cual no se separa: una diminuta y retorcida cucharilla de café que pende atada con hilo sisal de su tobillo derecho.

¿Un recuerdo amado, una defensa ritual contra auras maléficas, algún sortilegio? Puede que uno de estos días se lo pregunte.







Confieso que su excesiva pasividad comienza a aburrirme. Charquito no es precisamente una compañía festiva ni compañera. Siento que estoy sola sin estarlo y añoro estar sola estándolo. Pero es una náufraga y mi ética marinera me impide desembarazarme de ella hasta depositarla a buen seguro en algún puerto providencial.

¿Qué haría, otra vez incomunicada y a disposición de los caprichos de la mar, flotando como un nenúfar perplejo sin rumbo y a la deriva? Yo también navego solitaria, es cierto, pero estoy hecha de otra materia, me estimula el júbilo de vivir bendiciendo cada día nuevo sólo porque ha llegado y, lo más importante, me guía una determinación inquebrantable: hallar a mi amante soñada.

He observado además que es temerosa hasta el paroxismo. Un ruido de maderos, la oscuridad nocturna, los insectos bailoteando alrededor de los fanales, el fuego del hornillo más brioso que de costumbre, incluso un gesto o una mirada mía si me acerco o la observo con intensidad logran aterrarla.

-No me mires así – ruega encogiéndose como un caracol acorralado.

-¿Qué les pasa a mis ojos? – pregunto asombrada.

-No lo sé, me dan miedo, eres tan… potente. Podrías destruirme con tu poderío como una bruja, no, como una maga. No me mires.

No la miro, pues. Nunca antes me habían definido como maléfica, mis ojos poseedores de una fulminante propiedad de aniquilamiento. Se lo digo así, tal cual lo siento, y como es previsible llora hasta hartarse. Me inquieta sobremanera ese sentimiento suyo de que pueda hacerle daño. Yo, que la he salvado de una muerte segura, que la mimo y atiendo como a una niña huérfana. No lo entiendo. Y cuando teme, teme. Más de una vez me topo con la puerta de la cabina atrancada por dentro. Compongo mi voz más acariciante rogándole a ¿Irene? que me permita entrar y sólo abre cuando le he asegurado que no sufrirá daño alguno.

“Aquella mujer diabólica la ha marcado a fuego – me compadezco – es tan endeble…”

Pero, con sinceridad, su recelo enfermizo me ofende. No soy un engendro siniestro ni una asesina en potencia sino una mujer normal, gentil, con mi carácter, es verdad, pero todas tenemos carácter, es una cualidad inherente a los seres vivientes. Hasta las rocas manifiestan su propia personalidad. Y sin proponérmelo advierto que comienzo a verme a través de sus sentimientos: un ser monstruoso presto a devorarla al menor descuido. Esta percepción de mí misma me daña, para qué negarlo.

Por lo tanto procuro mirarla lo imprescindible, no atemorizarla, y sobre todo, no aburrirme hasta el bostezo. Cuando está relajada narra fragmentos de su biografía. Dice ser actriz y ansía representar a Ionesco en el teatro más grande del mundo. Me cuesta imaginarla en escena, es demasiado… caracol, a duras penas podría emocionar al público provocándole una pléyade de sensaciones y sentimientos. De hecho, a mí sólo me conmueven nuestros orgasmos, porque, he de reconocerlo, camina por mi cuerpo como si fuera su casa y ha encontrado la llave.



11 de abril

Hoy he hecho un descubrimiento que me ha dejado perpleja. Erika -o Tammy- estaba tendida boca arriba bajo el palo mayor, desnuda y absorbiendo ávidamente los rayos del sol mientras yo ponía un poco de orden en el interior de mi nave. Al abrir un cajón que le cedí para sus pertenencias – mis pertenencias, más exactamente, porque cuando la rescaté no traía un mal trapo con que cubrirse y le dejé parte de mi ropa – encontré un trozo de queso rancio, frutas variadas, una escudilla de miel y un salchicha mordisqueada. Hurgando un poco más en el fondo de la gaveta di con montoncitos de hilos prolijamente enrollados, palillos de dientes, mi pequeño espejo de plata del cual ya me había olvidado, una buena provisión de botones sin duda extraídos de mis abrigos y otras menudencias.

El hallazgo me sorprende notablemente y la imagen de una urraca acude a mi mente sin premeditación. Los símiles animales se me dan bien con ella: caracol, urraca…Dejo todo tal cual. Quiero preguntarle el motivo que la mueve a acaparar comida clandestina cuando toda mi alacena está a su disposición. Es más. Toda mi nave está a su disposición.

A mi requerimiento, cómo no, responde a lágrima viva y me siento culpable. “Puede que haya pasado muchas necesidades en su vida y retiene por instinto, como…una urraca”. Suelo buscarle motivaciones a los actos ajenos, es un reflejo condicionado, aunque con frecuencia no hallo respuestas. Se trate de objetos, emociones o movimientos la tendencia de Irene – o Charquito - es el ahorro, el acopio, la evitación metódica de cualquier despilfarro o derroche ¿Por y para qué economiza tanto? ¿Acaso no sabe que su mortaja no llevará bolsillos?

Sus obsesivas reservas de energía comienzan a indignarme, al igual que mi creciente hastío por su presencia inexistente, la extravagancia de sus comportamientos y esa sibilina estrategia de hacerme sentir más mala que Caín. Irene, o como se llame, está minando no sólo mi buen humor sino mi fe hasta ahora inamovible en la Humanidad. Creo que esperaré el momento oportuno para pedirle que se marche. Ha recobrado varios quilos, está fortalecida y alimentada, es hora de partidas.



13 de abril

Querido diario, aún no me he repuesto de lo sucedido, y no sé si sabré expresarlo en palabras. Anoche, al terminar su abundante cena, anunció:

- Hoy dormiré en cubierta, me apetece sentir la humedad del rocío y contemplar las estrellas.

Con enorme gozo recupero mi litera y duermo intensa, profundamente. Cuando despierto el sol me indica que es cerca de mediodía. Al instante me apercibo que sucede algo anómalo, porque la cabina está semivacía. Subo en dos zancadas a cubierta y ni rastros de Irene, o Erika, o comoquiera se llame. Tampoco está su balsa amarrada a popa.

De un veloz vistazo compruebo que me ha desvalijado. Mantas, vajilla, el hornillo, mis víveres, cubos, todo cuanto ha podido cargar en su embarcación.

Miro tontamente en redondo, anonadada. Algo brillando en el suelo de la cabina atrae mi atención. Es su inseparable talismán, la cucharilla anudada a su tobillo ¿Por qué se ha dejado precisamente lo que más ama, su única propiedad física ungida de hipotética magia?

La recojo con aprensión y me pongo en marcha de inmediato. No será difícil darle caza. Urraca, más que urraca. Farsante. La desvalida, la poquita cosa consternada porque yo no retribuía su súbita pasión. “Así pagas la mano que se te tiende, mordiéndola y robándole. Infame” –grito, colérica. Izo la vela mayor – que naturalmente no ha podido robarme, pero sí algunas poleas de escaso tamaño, lo cual entorpece mis maniobras - y no necesito preguntarme que rumbo ha tomado. El mar es infinito, pero no puede haber avanzado mucho y además muy pronto veo flotar mi guitarra desde la borda.

Es cuestión de seguir el rastro del botín. Una milla más adelante reconozco mi chubasquero amarillo cabalgando como una colosal medusa sobre la espuma de una ola de buen tamaño.

Pronto la diviso. La imagen es patética, o cómica, o disparatada, no me decanto por la cualidad exacta. Allá está, sentada en la cúspide de una montaña de objetos, mirando alternativamente con sus atónitos ojazos cómo va perdiendo su pillaje a cuentagotas y temiendo el inminente abordaje que presupone.

Con un par de golpes de timón me adoso a su balsa. Desde allá abajo, meneándose al compás de las olas, escucho su grito:

- ¡Te devuelvo todo, ten, aquí lo tienes! ¡No me mates, por favor, no me mates!

Por supuesto, la urraca llora a moco tendido. Yo estoy inexplicablemente serena pese a su pánico, me importa un rábano su escenita dramática de teatrillo de romerías, ya no me toca de ninguna forma.

- Quédatelo, me da igual, sólo son cosas – le digo marcando las palabras.

Su incredulidad es notoria ¿Es que no voy a recuperar lo que es mío? ¿Será así de afortunada en la vida? ¿Ha topado con una incauta, una militante de la filantropía? ¡Tonta, más que tonta, regalar cuanto le han hurtado!

Calculo la distancia desde la borda a su maderamen y le arrojo su preciado talismán.

- Te has dejado esto, ahí va, no quiero sus miasmas envenenando mi espacio.

Lo recoge codiciosamente entre sus manos y torna a llorar sentidamente, curvando su espalda como un… buitre. Semeja un caracol, la muy buitre.

Una racha de viento me aparta de ella y me alejo sintiendo la brisa fresca acariciando mi rostro. Imagino el cuadro a mis espaldas. Una balsa que se hunde irremediablemente por exceso de peso y su tripulante con ella.

Por un instante siento compasión y amago con regresar para rescatarla por segunda vez. Pero mi yo interior se hace oír desde muy adentro:

“Déjala. Debe elegir entre la bolsa o la vida. Tal vez sea la última lección que le toque aprender”.

¿Me lo parece a mí o aquello que se acerca flotando a babor es la caja de latón con mis galletas de mantequilla predilectas? ¡Vaya, hoy es mi día de suerte!



***


Ilustraciones: Cheres Espinosa




RELATO DE LA ANTOLOGÍA



QUE SUENEN LAS OLAS



Colección de relatos escritos por mujeres de Canarias y Marruecos

Editado por LA OBRA SOCIAL DE LA CAJA DE CANARIAS

Cofinanciado por AFRICAINFOMARKET

Primera edición: junio de 2007 Las Palmas de Gran Canaria

No comments:

Post a Comment